martes 15 de abril de 2025
Tapa-Begum-H 13-4.jpg
Del Mondongo al mundo

René Favaloro y su paso por la UNLP: cómo se forma una eminencia

El creador del bypass aortocoronario estudió en la Facultad de Medicina entre 1942 y 1949. Cómo fue su desempeño estudiantil; quiénes fueron sus maestros; cómo fue orientando su vocación. El alumno y el militante político. Su renuncia al primer trabajo.

--:--

En abril de 1942, con dieciocho años, el joven René Favaloro comenzó a estudiar en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata. El régimen vigente le permitió ingresar en forma directa, ventaja con la que contaban solo los bachilleres de los colegios preuniversitarios, como él que había egresado del Colegio Nacional. El resto de los aspirantes, en cambio, debía rendir un examen eliminatorio.

Henchido de orgullo, estrenó el guardapolvo blanco al iniciar las cursadas en el edificio ubicado en el Paseo del Bosque. En unos amplios galpones se repartían las aulas que convergían hacia un patio interno delante del Aula Pasteur, reservada para eventos especiales y las febriles asambleas estudiantiles. Era el final de la gestión del decano Orestes Adorni, que a fines de aquel año fue reemplazado por Victorio Monteverde.

La primera prueba seria que tuvo que sortear fue la lectura de los cuatro tomos del Tratado de Anatomía Humana del francés Jean Leo Testut, para la clase de Anatomía Descriptiva, a cargo de Rómulo Lambre, famoso por su entrega al trabajo y por su impresionante colección de huesos cedidos por las autoridades del cementerio. Fue entonces cuando Favaloro se calzó por primera vez un par de guantes de goma para cirugía y tuvo entre las manos un bisturí y unas pinzas con las que aprendió a disecar cadáveres sobre las mesas del laboratorio.

En Histología y Embriología tuvo como profesor a Herberto Prieto Díaz, discípulo del experto investigador del sistema nervioso Pío del Río Hortega, un español que se había exiliado en la Argentina después de la Guerra Civil en su país. Favaloro cursó Pediatría en las instalaciones del Hospital de Niños, al que siempre recordó como una institución ejemplar en la que adquirió conocimientos que le resultaron de gran utilidad durante sus años como médico rural. De un modo natural se consustanció con la rutina universitaria: tomaba apuntes, seguía concentrado las clases y asistía a la biblioteca para ampliar sus conocimientos. Desde los primeros años sobresalió entre sus compañeros de promoción por esa actitud, que en la jerga estudiantil de la época se llamaba ser un “comelibros”.

Según la reglamentación de aquel momento, los estudiantes que ostentaban los mejores promedios eran eximidos del pago del arancel. Favaloro tramitó y obtuvo esa dispensa “en atención al promedio distinguido”, según consta en la ficha personal elaborada por la casa de estudios. Con el sueldo de su cargo como celador del Nacional, que conservó hasta fines de su primer año de cursada, pudo afrontar el pago del canon fijado por las autoridades hasta que le fue concedido el beneficio. A esa altura, también tenía algunos ahorros por sus contribuciones en la carpintería de su padre con los que afrontaba los gastos de librería, además de sus salidas al cine, al fútbol o a algún baile.

jugandocartashosppoliclinico.jpg
René Favaloro en su época de estudiante con un grupo de compañeros, durante un espacio de descanso y esparcimiento en las prácticas en el Policlínico San Martín

René Favaloro en su época de estudiante con un grupo de compañeros, durante un espacio de descanso y esparcimiento en las prácticas en el Policlínico San Martín

Además, como activo militante desde los años del secundario, René participó en la vida política de la Facultad de Medicina desde el momento mismo de su ingreso. Encuadrado en la defensa a rajatabla de una concepción reformista contraria a todo autoritarismo, se sumó a la Agrupación Libertad y Reforma, por la que resultó elegido delegado suplente en los comicios estudiantiles de 1943. A poco de realizada la elección, el delegado titular enfermó y René tuvo que reemplazarlo, de modo que se convirtió en el principal representante estudiantil en la facultad.

Primeros contactos con pacientes

El tercer año era un escalón clave de la carrera, en el que se establecía un filtro. Entre otras cosas, daban comienzo las concurrencias al Hospital Policlínico San Martín y, consecuentemente, el debut en el contacto efectivo con pacientes. En la clase inaugural de Anatomía Patológica, el titular, Andrés Bianchi, sobrino del dirigente socialista Nicolás Repetto, recibió a los alumnos con una singular advertencia:

–Estimados alumnos; sé que la mayoría de ustedes me necesita para comprender los conocimientos fundamentales de la materia. También sé que un pequeño grupo de mentes brillantes no me necesitará, pero quiero decirles que hay otro grupo al que, aunque me esfuerce, le va a ser muy difícil aprobar.

En aquellos pasos iniciales en el ámbito hospitalario René aprendió a palpar, auscultar y percutir sobre la piel, y se entusiasmó con el contacto directo con los enfermos cuando hizo sus primeras armas en la materia Semiología y Clínica, dictada por Ramón Tau, orientada a adquirir los conocimientos necesarios para la identificación de síntomas de distintas dolencias. Era un asunto crucial en esos años en los que escaseaba la tecnología necesaria para el desarrollo de diagnósticos. René sacó el máximo provecho de esa cursada a partir de su excelente relación con Tau, a quien lo unían el barrio y su fervor por Gimnasia.

Al mismo tiempo que reafirmaba su vocación, crecía en su interior un ansia irrefrenable de superación y trascendencia. “Una vez en la facultad, durante mis largas caminatas por el Bosque, a veces me decía que, quizá, con un poco de esfuerzo, podría constituirme en el primero de mi clase”, escribió muchos años después en su emblemático libro Recuerdos de un médico rural. “Es difícil de explicarlo. Sentía la necesidad, sin que ello implicara arrogancia o soberbia; era una profunda necesidad espiritual que debía satisfacer a través de una entrega absoluta y en competencia leal. Escuchaba atentamente a mis maestros, estudiaba en los libros comunes de texto y además ahondaba los conocimientos a través de los tratados que hallaba en la biblioteca.”

fcm-biblioteca-primer-sala-de-lectura.png

Empezó a asistir como oyente a materias de cursos superiores para escuchar a profesores como el titular de Clínica Médica, Rodolfo Rossi, un formador de formadores que tuvo a su cargo la Sala I del Policlínico durante más de treinta años. Los sábados por la tarde también concurría a las clases que dictaba en la Sala III Egidio Mazzei, obsesionado defensor de las bases morales en la práctica médica. En la Sala V, de cirugía, cursó Patología Quirúrgica en la cátedra de Manuel Cieza Rodríguez, un facultativo que, aun sin descollar, conocía profundamente su metier. Allí, junto al ayudante Roberto Gutiérrez, Favaloro realizó su primera extirpación de un órgano: en la jerga se llama “lavarse” al hecho de participar como asistente por primera vez en una intervención.

Maestros del quirófano

De vez en cuando también se las arreglaba para filtrarse entre los alumnos mayores y presenciar las operaciones de los destacados cirujanos Federico Enrique Bruno Christmann y José María Mainetti, referentes indiscutidos –según el propio Favaloro– de precisión, minuciosidad y delicadeza en el arte quirúrgico.

Conocía a Christmann por las referencias elogiosas de su tío Arturo, ya que habían sido compañeros. Además de su actividad docente y de investigación, Christmann participaba de diversas entidades médicas y escribió numerosos tratados de la especialidad. Fue coautor, junto con Carlos Ottolenghi, Juan Manuel Raffo y Gunther von Grolman, del manual Técnica quirúrgica, la principal para la formación de cirujanos en el país. Con él, aprendió especialmente la forma de simplificar y estandarizar el procedimiento quirúrgico que iba a aplicar años después a la cirugía cardiovascular. Solía repetir en sus clases una frase que a Favaloro lo tocaba particularmente: “Para ser un buen cirujano hay que ser buen carpintero”. René rescataba siempre como un legado familiar la tarea desarrollada junto a su padre en el taller, complementada con la observación atenta de la forma de hacer nudos y coser manualmente de su madre.

Christmann creó en 1949 la Fundación Christmann, que muchos años después iba a funcionar en la casa del médico Pedro Domingo Curutchet, proyectada por el célebre arquitecto suizo Charles-Édouard Jeanneret, más conocido como Le Corbusier. También fue artífice y primer presidente de la Fundación Pedro Belou, creada en 1978 con el fin de recaudar fondos para el buen funcionamiento de la Facultad de Medicina local, y publicó varios libros de materias diversas, desde investigaciones sobre la salud del Libertador San Martín hasta ensayos como “Patología de la mufa”. Fue, sin dudas, una figura singular y atractiva para René más allá de lo estrictamente médico.

Por su parte, Mainetti, titular de Clínica Quirúrgica correspondiente al sexto año y jefe de la Sala V, fue para René mucho más que un gran maestro, ya que, además de enseñarle a operar, supo darle consejos en momentos clave de su vida. Sostenía que la medicina era como un tridente que tenía parte de ciencia, de sacerdocio y de arte, y aconsejaba que un médico debía saber regular el tiempo dedicado a la profesión para obtener un buen rendimiento económico con un necesario espacio dedicado al ocio que le permitiera desarrollar su espíritu y organizar sus ideas. Intentaba persuadir a sus alumnos de que, si los adelantos de la medicina no llegaban a todos, no tenían ningún sentido, y de que era preciso pensar la actividad ante todo como una tarea humanitaria.

174731402_3979092695513648_2163775289540592842_n.jpeg

En una de aquellas intervenciones, René le escuchó recalcar la importancia del conocimiento anatómico para el buen desarrollo de la tarea quirúrgica. Por eso, se ofreció para concurrir como ayudante alumno de la cátedra de Anatomía Topográfica, dirigida por los profesores Eugenio Antonio Galli y Julio Héctor Lyonnet. Galli tenía graduación militar, y era exigente y meticuloso: entraba en el salón a las ocho en punto y colgaba su reloj de bolsillo en un clavo del pizarrón. A los alumnos les asombraba cómo, sin volver a mirarlo, lo descolgaba exactamente a las nueve para dar por terminada la clase. Lyonnet, en tanto, fue un prestigioso neurocirujano que años más tarde sería director del Instituto de Cirugía “Profesor Dr. Luis Güemes” de Haedo, en el partido de Morón, dependiente del Ministerio de Salud Pública bonaerense. Esa ayudantía despertó la inclinación de René hacia la enseñanza. Sentía placer por anticipar la lectura de los temas que iban a tratarse en clase y compartir sus conocimientos con los alumnos.

En el marco de la cátedra se profundizaba la práctica de disección de cadáveres, intentando reproducir las maniobras observadas en las clases de los maestros. La materia dividía el estudio del cuerpo humano en tres zonas principales: cabeza, tronco y extremidades.

Más de una vez, Lyonnet destacó su destreza para trepanar cráneos y descubrir el cerebro. En ese afán, se esforzaba por engarzar la tijera hacia atrás en el cuarto dedo de la mano derecha, imitando la técnica de Mainetti. Para entonces, ya estaba convencido de que la cirugía era su vocación. “Sentí ese llamado especial, que viene desde el quirófano y que es difícil de describir”, contó, recordando aquellos días formativos.

El golpe de Estado que el 4 de junio de 1943 derrocó al presidente en ejercicio, Ramón Castillo, y puso fin a la llamada “Década infame” agudizó el conflicto preexistente entre la casa de estudios y el gobierno nacional. El alzamiento había surgido de una conjura entre sectores de la dirigencia política y una facción del Ejército liderada por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), encabezado por los generales Arturo Rawson y Pedro Pablo Ramírez. Después de un breve interregno del primero, Ramírez asumió la presidencia. En el ámbito universitario, todo aquel proceso generaba una fuerte repulsión y turbulencias. A comienzos de 1945, De Labougle fue destituido y lo reemplazó en forma interina el abogado Benjamín Villegas Basavilbaso, quien convocó a una asamblea que ungió como presidente de la UNLP al profesor Alfredo Calcagno. La sangría de docentes se había profundizado: a las cesantías de muchos profesores se sumó la renuncia de Ezequiel Martínez Estrada, admirado por Favaloro, en el Nacional, abiertamente en contra de las autoridades de la época.

images.jpeg
Favaloro junto a su maestro y consejero José Maria Mainetti

Favaloro junto a su maestro y consejero José Maria Mainetti

En ese contexto, la pelea entre el gobierno de facto y las universidades recrudeció, y estas se constituyeron en la vanguardia de la lucha opositora. Durante los meses siguientes, se produjeron en La Plata reiterados combates callejeros en los que los estudiantes se enfrentaron tanto a las fuerzas de seguridad como a grupos de obreros alineados con la figura ascendente del general Juan Domingo Perón y a diversos grupos nacionalistas católicos que funcionaban como fuerza de choque para amedrentar a adversarios políticos.

Éramos osados, idealistas, rebeldes”, solía contar René cuando evocaba aquellos días febriles de juventud en los que comprobó en carne propia los riesgos a que estaba expuesto por su creciente participación estudiantil, que tantas veces su madre le había rogado moderar. Al relatar las situaciones vividas durante esta etapa en su libro Don Pedro y la Educación, Favaloro recordó haber sufrido incluso una persecución a tiros en el centro de La Plata frente a la sede de la biblioteca Alejandro Korn, sobre la calle 49.

En medio de una gran efervescencia, el viernes 28 de septiembre de 1945, autoridades, profesores y estudiantes de la UNLP iniciaron un paro por tiempo indeterminado que incluyó la toma del Rectorado, la cual se mantuvo durante todo el fin de semana. Dos días después se dispuso la detención del rector Calcagno, quien había resuelto la suspensión de clases en oposición al estado de sitio decretado por el gobierno, la amenaza de clausura y la detención injustificada de profesores y estudiantes acusados de participar en presuntas actividades conspirativas. Con el fin de desactivar la protesta, el gobierno dispuso la clausura de la Universidad y ordenó su inmediato desalojo, pero la medida fue resistida. Unos 200 estudiantes, acompañados por docentes y autoridades, formaron un cordón compacto alrededor del edificio universitario para obstruir el acceso de los uniformados a las órdenes del comisario inspector Ramón Andrés. René se parapetó sobre la calle 6, codo a codo con el decano de la Facultad de Derecho, José Peco.

Los policías, que ingresaron desde varios frentes y lograron reducir a los manifestantes, a quienes golpearon con saña inusitada. El joven Favaloro recibió un fuerte culatazo en el abdomen. Durante algunas horas los mantuvieron sentados en el patio interno con las manos sobre la nuca, hasta que se decidió trasladarlos a la Unidad 1 del Servicio Penitenciario Bonaerense, en la localidad de Lisandro Olmos, ya que no había celdas suficientes en las comisarías de la ciudad. Después de pasar por la enfermería debido a los golpes recibidos, René fue recluido en un calabozo y sometido a un extenso interrogatorio. Tal como le habían dicho en su detención anterior, las autoridades policiales contaban con una ficha personal con su nombre, en la que se consignaba que era militante comunista.

–¿Por qué no revisan las actas que secuestraron del Centro de Estudiantes? Ahí van a ver que siempre en las asambleas he combatido los totalitarismos –replicó René.

A primera hora del día siguiente, el jefe de la Unidad los hizo llevar a su despacho y les informó que todos irían quedando en libertad en pequeñas tandas, tal como ocurrió.

Los planes de Perón, basados en un amplio programa de reivindicaciones laborales, eran fuertemente rechazados por los empresarios y por algunos miembros del propio staff de gobierno, que terminaron por forzar su salida. En la semana del 8 al 12 de octubre se precipitaron su renuncia, primero, y luego su encarcelamiento en la isla Martín García. Cuando el miércoles 17 de octubre una masiva reacción popular salió a las calles y llegó hasta la Plaza de Mayo a reclamar la libertad del líder (que en realidad ya se había concretado y Perón se hallaba en Buenos Aires desde la mañana), las paredes del Rectorado y de varios comercios céntricos de La Plata fueron tapizadas con consignas como “Viva Perón” y “Mueran los estudiantes”, escritas con tiza y carbón. Aquel día, un numeroso grupo de manifestantes obreros provenientes de Berisso que se dirigían hacia la Capital Federal apedrearon la casa de Calcagno y la sede de la UNLP al grito de “¡Alpargatas sí, libros no!”.

Estudio y militancia

Más allá de los avatares de la militancia estudiantil, René se esforzaba por avanzar en su carrera. En cuarto año, al cursar las dos materias específicas sobre patologías, intensificó aún más su participación en la vida hospitalaria. Por las tardes regresaba al hospital, situado apenas a cinco cuadras de su casa, para observar la evolución de los pacientes, con los que solía quedarse departiendo largamente para darles ánimo. Ya desde entonces sostenía que la evolución clínica del enfermo tenía relación con la confianza y el apoyo que le hiciera sentir el médico. Disfrutaba la tranquilidad y el silencio que envolvían el lugar sin la actividad febril de las mañanas, y era común verlo enfrascado en discusiones sobre los casos que pasaban por el hospital. Solía ir a la biblioteca de la facultad o de la Sociedad Médica para cotejar sus posiciones con lo que indicaban los libros o las revistas especializadas que abordaban cada patología, y llegó al extremo de seguir concurriendo aun en época de receso estudiantil.

82259700_3259561547396752_1098231495593558016_n.jpeg
En 1945, el joeven René Favaloro participó de una historica toma del Rectorado qeu fue violentamente desalojada por la policía

En 1945, el joeven René Favaloro participó de una historica toma del Rectorado qeu fue violentamente desalojada por la policía

Eran tiempos agitados y las universidades no eran ajenas al sacudón que generó el fenómeno peronista. Desde que Perón asumió la presidencia, el 4 de junio de 1946, buscó ejercer un control directo sobre las casas de altos estudios. La ley 13 031, aprobada al año siguiente, puso en manos del Poder Ejecutivo la elección de los rectores (en Medicina fueron nombrados sucesivamente como decanos Eduardo Corazzi y Joaquín Martínez) y se incrementó en forma exponencial la matrícula al instaurarse por decreto la gratuidad y el acceso irrestricto a la enseñanza superior, al tiempo que se estableció como obligatoria la asistencia a cursos de formación política en todas las facultades. Sin embargo, el proceso que derivó en la llegada de Perón al poder en 1946 coincidió con un apartamiento momentáneo de Favaloro de la vida académica y las vicisitudes de aquella complicada coyuntura política, ya que durante todo ese año cumplió con el servicio militar obligatorio.

Después de terminar la conscripción, René debía rendir algunas materias pendientes y cumplir con los trabajos prácticos adeudados para completar el cuarto año. En marzo logró aprobar Patología Quirúrgica y Patología Médica. El titular de la última de esas materias era el ex decano Adorni, que en aquel momento se desempeñaba como médico adscrito de la Armada. No simpatizaba con los estudiantes que tenían actividad política, frente a quienes solía redoblar la exigencia. Sin embargo, pese a lo inusual, profundo y complejo de las preguntas, el joven salió airoso y obtuvo la máxima calificación posible: sobresaliente. Así, en abril de 1947 quedó habilitado para cursar el quinto año.

Las prácticas en el Policlínico

En esos días accedió por concurso al sistema de prácticas internas –hoy llamado residencias– en el Policlínico. Era el tramo más intenso de la preparación profesional, e incluía un régimen de guardias cada 48 horas. Durante esa etapa, que se extendió por dos años, obtuvo un panorama general de patologías y tratamientos, y consolidó el trato con los enfermos, que en su mayoría eran de condición humilde.

El Policlínico era el principal centro médico de la región del Gran La Plata, que incluía Berisso, Ensenada, Gonnet, City Bell y Villa Elisa, Magdalena y Brandsen. A su vez, recibía casos muy complejos derivados desde distintos puntos de la provincia de Buenos Aires. Sus orígenes se remontan a 1884, cuando en el actual terreno se instaló la Casa Municipal de la Sanidad.

Tres años más tarde, la Sociedad de Beneficencia y Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia quedó a cargo de su financiamiento y rebautizó al lugar como Casa de la Misericordia. Su primer director fue Ángel Arce Peñalba.

René solía quedarse a dormir en las habitaciones del primer piso en el ala más antigua del edificio. “Al trabajo regular de las mañanas se agregaban las guardias, donde pasábamos horas y horas trabajando sin descanso, saltando de una sala a otra acompañando a practicantes mayores y médicos internos. Era esta una formación imposible de desperdiciar; por eso, además de cumplir con mis guardias, estaba siempre atento al pedido de alguno que, por circunstancias especiales, no podía cumplir con las suyas. Con bastante frecuencia permanecía en actividad continuada durante cuarenta y ocho o setenta y dos horas entregado a mis pacientes”, narró en Recuerdos.

En el último año del internado los responsables de guardia permitían que los alumnos inclinados hacia la práctica quirúrgica realizaran operaciones bajo su supervisión. Favaloro experimentó entonces con una variedad de casos, que iban de embarazos ectópicos a peritonitis, y de úlceras perforadas a heridas de bala o arma blanca.

109387452_128976165550061_6975802385822682116_n.jpeg

Su interés en la cirugía torácica lo había llevado a viajar todos los miércoles al hospital Doctor Guillermo Rawson, de Buenos Aires, a participar en un curso de posgrado organizado por los hermanos Ricardo y Enrique Finochietto. Vio actuar a grandes profesionales como Oscar Vacarezza y Justino Horacio Resano, con quienes aprendió a realizar las resecciones, que implicaban la separación de uno o varios órganos y tejidos –principalmente pulmonares y esofágicos–, además de la aplicación de distintos tipos de anestesias, lo cual le sirvió para complementar las enseñanzas de Christmann en esa materia. Siempre recordó –y muchas veces repitió a sus alumnos y a los familiares de sus pacientes– una frase que dijo Enrique Finochietto en una de las primeras clases de aquel seminario: “La gente piensa que si el paciente se salva lo salvó Dios, pero que, si muere, lo maté yo”.

Para fines de 1948 ya había terminado todas las cursadas. Según su certificado de estudios, el 31 de marzo del año siguiente aprobó sin dificultades la materia Clínica Dermatosifilográfica. Fue el último examen final de la carrera. Durante los meses siguientes se abocó, bajo la dirección de Christmann, a realizar la tesis de grado, último requisito académico para obtener el diploma de médico, y el lunes 25 de julio de 1949 presentó el trabajo titulado “Íleo. Síntesis diagnóstica”. Escrito en primera persona del plural, el texto monográfico está referido a una dolencia abdominal aguda que requiere intervención quirúrgica y que Favaloro había visto repetidas veces en pacientes del hospital. En las dedicatorias puso: “A mis padres, a quienes debo este presente tan lleno de hermosas inquietudes”; a “la memoria de mi abuela Cesárea R. de Raffaelli, con quien aprendí a amar hasta una pobre rama seca”, y también a los doctores Rodolfo Rossi, Federico Estudio y militancia, Egidio Mazzei, Víctor Bach y Fernando D’Amelio. El por entonces decano Lyonnet designó como jurados a Rómulo Lambre, José Caeiro y Alejandro Dussaut. Entre los papeles archivados por la Facultad de Ciencias Médicas aún se conserva la nota escrita de puño y letra por Dussaut luego de evaluar la tesis. “Se trata de un trabajo de jerarquía, surgido del estudio y observación documentada”, sostuvo el 28 de julio al proponer su aprobación, actitud compartida por sus colegas.

El doctor Favaloro

Cinco días más tarde, en la mañana del martes 2 de agosto de 1949, René Gerónimo Favaloro alzó su mano derecha y apoyó la izquierda sobre el corazón para recitar el juramento hipocrático, mediante el cual se comprometió a ejercer con ética la profesión.

Fue uno de los mejores alumnos de su promoción. Al terminar el trayecto de las 32 materias incluidas en el programa de estudios, había conseguido veinte veces la calificación “sobresaliente”, ocho veces “distinguido” y cuatro veces “bueno”. Hasta entonces, estaba convencido de que el Policlínico sería el lugar donde desarrollaría su carrera, que planeaba ligada a la actividad quirúrgica y a la docencia, siguiendo los pasos de sus maestros; sin embargo, las cosas se dieron de otro modo.

A finales de 1949, la finalización del internado y la graduación coincidieron con la apertura de una vacante de médico interno auxiliar, a la que Favaloro accedió con carácter interino gracias a sus destacados antecedentes. Unos meses después le comunicaron que se había dispuesto su confirmación en el cargo; entonces se presentó en uno de los despachos de dirección, entonces a cargo de Homero Osácar.

–¿Cómo le va, Favaloro? Pase, siéntese, por favor –le indicó el médico que lo recibió, a quien Favaloro nunca identificó–. Tenemos muy buenas noticias para darle. Se ha producido un puesto para médico de guardia y por su buen desempeño le corresponde a usted, por eso hemos decidido confirmarlo. ¡Felicitaciones!

–Gracias, doctor, qué alegría me da. Sobre todo, a mis padres, que han hecho un enorme esfuerzo para que yo haya podido llegar hasta acá –dijo René, sin poder ocultar la emoción.

FAVALORO22.jpg

–Vamos, hombre, no sea humilde. Sus calificaciones han sido sobresalientes. Usted ha demostrado una gran entrega, lo cual para nosotros es muy valorable. Hágame el favor, rellene esto y pase por la administración –apuntó el directivo mientras le extendía unos papeles.

René leyó el formulario en silencio. Advirtió que, además de completar sus datos personales, debía dar fe de su adhesión al justicialismo y sus políticas. Así lo relató: “En el renglón final debía afirmar que aceptaba la doctrina del gobierno. Del otro lado, debía figurar el aval de algún miembro de trascendencia del Partido Peronista, quizás algún diputado o senador que corroborara mi declaración –relató. Y agregó–: Todos conocían mi manera de pensar, incluyendo el empleado que todo lo relató con voz queda y entrecortada. Le contesté que lo pensaría, pero era indudable que todo estaba muy claro en mi mente”.

Al día siguiente René volvió a la misma oficina.

–Mire, he trabajado mucho, tengo buenos antecedentes, no sé si los mejores, pero esto del certificado político no me gusta nada. Usted sabe bien cómo pienso. No puedo aceptar esta imposición. Discúlpeme, no puedo –dijo.

–Pero hombre, fíjese bien, este es el trabajo que usted tanto ha esperado. Mire que yo ya hablé con un diputado y me dijo que lo va a firmar.

Hubo un silencio breve, tenso. René se puso de pie y se dirigió a la salida. Mientras cerraba la puerta llegó a escuchar la voz crispada del funcionario que intentaba explicarle que se trataba de las reglas vigentes y que no era un asunto personal.

En los días y años siguientes Favaloro iba a reflexionar mucho sobre aquel momento, pero jamás se arrepintió de su decisión.

(El presente artiíulo corresponde a un fragmento tomado del libro Favaloro. El gran operador - Editorial Marea)

¿Qué es 0221.com.ar| Logo Begum?

Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.

Dejá tu comentario

Leer más de BEGUM