Ya en el claustro del Colegio Nacional (egresó en 1942), sus mentores Ezequiel Martínez Estrada y Pedro Henríquez Ureña lo marcarían a fuego, sobre todo este último en las lecturas del modernista Rubén Darío y en los versos politizados de José Martí.
Esa pequeña jaulita donde se esconde un refinamiento (paradójicamente) libre; aquello que lo dejará obnubilado para siempre. La regla sencilla, prístina, que esconde una formula a la que -si acaso se sabe usar-, abre el misterio: catorce versos endecasílabos, divididos en 2 cuartetos y 2 tercetos, con rima variable. Eso es, el Soneto. Esa maravilla.
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Soneto para las iniciales grabadas en un árbol
¿Qué dedos, qué suspiros, qué mensaje,
qué silencio con lilas, qué limpieza,
qué rosado mal gusto, que simpleza
son esta savia dura, este tatuaje?
¿Qué buscados crepúsculo y follaje
con nubes o palabras, qué promesa
de corazón nacido en la corteza,
qué boca y juramento, qué homenaje
son estas cicatrices, esta muerte
de vanas consonantes, esta suerte
definitivamente abandonada?
Letras que el tiempo roe como a un hueso,
máscara vegetal, gastado beso,
endurecida fe, última amada.
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Entre Asturias y Borges, “el sonetista de América”
Gustavo García Saraví es hijo de la primer camada de poetas platenses, en especial de Francisco López Merino, a quien le dedicará un profundo estudio introductorio en oportunidad de reeditarse y publicarse su obra completa en 1968. Allí confesará su admiración por el poeta suicidado en 1928, sin perjuicio de la afinidad con sus otros vates de destino trágico: Ripa Alberdi, Delheye y Mendióroz.
Como ellos, y como sus pares de la llamada “generación del 40´” (Themis Speroni, Silvetti Paz, César Corte Carrillo, Ana Emilia Lahitte, los Ponce de León), asumirá el espíritu escéptico; cultivando tanto el soneto y como el verso libre, con clara predilección por el primero.
Los primeros textos de García Saraví fueron un manojo de poemas titulados Tres poemas para la libertad (1955), que decidió enviarle un día por carta al escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias; y quien al tiempo le escribió elogiando el tono y alentando a seguir la senda: “No sabe la emoción que me causa encontrar sobre mi mesa, como una bandera, como un grito, sus Tres poemas para la libertad”. A su vez, le envió un ejemplar a su maestro Ezequiel Martínez Estrada, quien le respondió con una carta que ofició de prólogo para una segunda edición, minúscula y artesanal como la primera.
Gustavo García Saraví era un buscador de perfección y de la palabra precisa.
Desde entonces le hizo caso, y continuó con Monografía para mi muerte y otras soledades (1956), Los sonetos (1958), Los viajes (1960) y Sonetos de amor (1963).
En 1964 publicó Con la patria adentro, un libro premiado por un jurado presidido por Jorge Luis Borges, quien en un aparte le dijo, a propósito del título: “Con la patria adentro, con la patria adentro... ¡qué incomodidad!”.
Cuatro años después, en una visita que Borges hizo a la ciudad de La Plata y con Gustavo García Saraví ya como miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), él será el encargado de acompañarlo y presentarlo en el salón del Colegio de Escribanos; de ese cruce se mantendrá un vínculo por correspondencia y que llevará al prólogo de Del amor y los otros desconsuelos (1968), donde el gran escritor argentino reconoce el legado de su viejo amigo “Panchito” López Merino en el joven García Saraví, a quien bautiza como “el sonetista de América”. En este texto Borges alude directamente a la serie de sonetos patrióticos, sin detenerse en los eróticos, que son el sustento del libro.
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Van Gogh
Aunque estoy a menudo en la miseria...
Van Gogh
Tal como corresponde a su locura,
trabaja y piensa. Piensa en algo grave,
sin duda, terrorífico: en un ave
que se engulle pintores, o en la impura
elementalidad de la pintura,
de una silla de paja, un blanco, un suave
autorretrato, un amarillo (sabe
Dios con cuál de ellos hizo su impostura
de limoneros, sol, ducados de oro,
insólitos maizales, un tesoro
enterrado en la luz, un cruel taladro
de bondad). Traza trazos, llora. Dice
incongruencias congruentes. Se desdice.
Impreca, sufre. Nunca vendió un cuadro.
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Entre las letras y la ley
En 1948 se recibió de abogado en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, pero nunca dejó de lado la poesía. Se podría considerar que los dones leguleyos de García Saraví se combinarán a la perfección con el arte poética.
Con su colega de generación, también el poeta y abogado Horacio Ponce de León, montaron un estudio jurídico al que muchos recuerdan como “el bufet inolvidable”, en un edificio de calle 12 entre 47 y 48.
Fue hijo de la primer camada de poetas platenses, en especial de Francisco López Merino. Fue hijo de la primer camada de poetas platenses, en especial de Francisco López Merino.
El poeta Néstor Mux, por ejemplo, recuerda como anécdota que la condición para ir a ese estudio y mantenerse un tiempo allí era hablar exclusivamente de versos y terminar almorzando unos triples de miga. Ahí iban con Roberto Themis Speroni, mientras transcurría la mañana todo se volvía tertulia y “la ley” quedaba corrida de lado por las grandes obras de la literatura universal.
Cuando sonaba el timbre y aparecía algún cliente nuevo, Gustavo atendía el portero eléctrico y les avisaba: “Los doctores no están, venga mañana por favor…”. Entonces todos se mataban de risa.
Antes de dejar la ciudad, escribirá: La Plata es “una ciudad / poco propicia / para nacer, vivir, copular, escribir / ser o morir”.
A mediados los ´70, se instala en la ciudad de Posadas, Misiones, donde es designado Secretario Electoral. Recorre entonces intensamente la provincia, y dedica poemas tanto a Horacio Quiroga, escritor icónico, como también a cada ciudad y cada paraje misionero.
Puerto Iguazú
Puerto iguazú
un motel, un gin tonic, alguna mariposa
únicamente faltas tú
Los que frecuentaban su despacho recuerdan sentencias con forma de soneto y otras manías literarias ingeniosas para resolver los casos, más que el uso de la jurisprudencia. Nada que un poeta no haya asumido con dignidad y como proeza de su compromiso con los más necesitados de ley, los más débiles. Como en esta sentencia:
Código
La pena capital
para el que corte un árbol
o mate un animal.
En otro poema en el que evoca al escritor Horacio Quiroga, García Saraví traza un paralelo de cuando aquel fuera designado juez en la misma provincia, cargo que ocupó hasta que consiguió el ansiado traslado a Buenos Aires y decidió dejarlo todo por el ejercicio de las letras y el periodismo. La provincia le había quedado chica.
Quiroga, Juez de Paz
“…yo Juez de Paz de San Ignacio,
fallo y sentencio…”
Si uno lo quiere, don Horacio
escribe en silencio.
De su paso por Misiones hay muchísimos poemas dedicados a su tierra y su gente, a los jóvenes y a la bohemia de la ciudad de Posadas (Libro de quejas 1972, Cuentas pendientes, 1975), ciudad que lo terminó declarando Huésped de Honor en 1992.
Hormiguero
Misterio en ú:
el tacurú
es más grande que tú
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Gustavo García Saraví, en 1960.
Spleen en Madrid
Ya a mediados-fines de los 70´, Gustavo García Saraví inicia una serie de viajes internacionales. Comienza una etapa donde seguirá escribiendo en forma intensa (Cuadernos del Ecuador,1976, Segundas intenciones,1976, Salón para familias, 1977, Última instancia,1979, Ensayo general, 1980, Escalera de incendio, 1981 y Puerta de embarque, 1986).
Desde entonces su preocupación se centra en las letras; en especial el estudio del siglo de oro, la generación del ´98 y del ´27. Los arcanos del soneto y la métrica. Temas que lo apasionaban, y que se dan en un contexto como la muerte del dictador Franco y la transición democrática en España (algo que el poeta vivirá con absoluto júbilo).
El exilio de un hijo en España lo lleva a visitar el país anualmente. En Madrid frecuentará espacios intelectuales, cafés, la tertulia y el mundo universitario. De su fluido contacto con miembros de la real academia surgirá la recepción de su obra y labor, que se verá cristalizada en 1981 con la publicación de sus Obras Completas. Se publicará por la editorial madrileña Empeño 14 en un tomo de 761 páginas, con introducción de la conocida hispanista Sara M. Parkinson "la dilecta inglesa de Pozuelo de Alarcón", en palabras del propio García Saraví, que le dedica las primeras 136 páginas del elefantiásico volumen.
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La obra completa del poeta, editada en Madrid en 1981.
En el alambicado estudio de Parkinson, se sostiene que el poeta “… no participa de la ternura desolada, del escalpelo aguzado y concreto con que César Vallejo desarma la raíz de las ficciones”. O dicho en otros términos: que el poeta no se embarca en la aventura aleatoria de la invención de palabras del peruano, sino en las fintas que trasunta la determinación del soneto; esa breve jaulita que, en el fondo, protege la fragilidad de la belleza.
En 1981 será galardonado dos veces: recibe el Premio Internacional de Poesía Leopoldo Panero y el Premio José Luis Núñez. Al otorgarse dichos honores se reconocerá en la obra de García Saraví su capacidad de abordaje y versatilidad para temas más diversos: el amor, la familia, la soledad, el tiempo, la vejez, la muerte, la patria, los héroes, la injusticia social.
Siempre cuidando la forma, con dolorido acento, asumiendo las cuestiones con ironía impiadosa. Se ha dicho que en su poesía las enumeraciones son mezcla elementos de lo cotidiano con los abstractos —en un, mismo plano—, es el tono tristemente sarcástico, la melancolía, la obsesión por los números y las cifras, entre tantas otras huellas.
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Gustavo García Saraví en una cena, mediados de los ´80.
De vuelta en La Plata
Para fines del 80´, Gustavo retornará a La Plata. Desde entonces podrá dedicarse de lleno a sus nietos y a su familia, pero nunca dejará de escribir.
Por entonces su hija Mercedes García Saraví, experta en letras, será quien investigue a fondo el legado poético de su padre en una tesis doctoral que defenderá en México en 1989: “Esta madeja de nebulosas tintas”. Al igual que el trabajo introductorio de Parkinson que ya hemos mencionado, el de Mercedes resulta de cita inevitable para abordar la obra del poeta platense.
En sus últimos años fue reconocido por la Fundación Konex, entre otros premios. En 1990, la Municipalidad de La Plata lo designa ciudadano ilustre.
Gustavo García Saraví muere el 19 de mayo de 1994. Tenía entonces 74 años.
La voz grabada del poeta
Existe en el Archivo de la Palabra de Radio Universidad Nacional de La Plata la voz grabada de García Saraví. El audio presenta algunas deficiencias de sonido, pero se alcanza a escuchar al poeta leyendo sus siguientes poemas: "Qué pesadumbre el aire", "Balada de verano para el oso blanco del circo", "Qué amor, qué extraño amor", "Monografía para mi muerte", "Soneto para mis sonetos torturantes".