domingo 20 de abril de 2025
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Precursora de la danza afro

De La Plata a África: los pasos ondulantes de Teresa Aramburú

En diálogo con las tradiciones nativas, aquellas que supo conocer de sus viajes, combina su danza con lo contemporáneo. Figura de la pujante escena de lo afro en la ciudad, hoy encuentra una nueva etapa en su estudio de City Bell.

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Retumba el piso de madera. Las chicas están descalzas, una sola conserva sus medias. El silencio afuera es absoluto. Es miércoles a la noche y la luna se ve enorme. Esta es la clase inicial, con la que Teresa Aramburú, "Tere" para todas sus conocidas, se jacta de ser más benevolente.

Tere estira los brazos, se expande y muestra todos sus dientes con una sonrisa. Está feroz, decidida, segura. Se alarga y clava la mirada al frente como si tuviera una presa a quien cazar. Mueve todo su cuerpo con precisión. Ejemplifica los movimientos de esta manera: “Es como el gato, como el perro”. Casi siempre animales.

En esta clase suena música electrónica progresiva, jazz y finalmente otra donde predomina la percusión. En sus explicaciones también abundan las referencias anatómicas: “Imaginen que voy a levantar la pelvis”. Explica cómo identificar el pie de apoyo con actos cotidianos: “¿Cómo te apoyas cuando hacés la fila del banco?... ¿Y la flexión de rodillas como cuando vas parada en el bondi?".

Habla de la posición corporal del miedo y cuando una pasada de sus alumnas siente que le gusta, grita: “¡Buena!”.

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Teresa Aramburú.

Teresa Aramburú.

El sábado es el día reservado para las más experimentadas, y la luz pega de lleno sobre tres rostros de preocupación que a la vez sonríen. Son tres alumnas que se miran así, porque no se acuerdan la coreografía que pide enérgicamente, desde la cocina, Teresa:

“¡Vamos Huanchuque!”. Es un tema que tienen ensayado desde el año anterior.

Lo intentan pero no se acuerdan. Ahora las cuatro se matan de risa por el fallido. Es que es la segunda clase de una temporada que comienza y, aunque sea el grupo más experimentado, al que más le exige Tere, en el verano se resetearon y hay pasos que simplemente se les borraron de la mente. La profe muestra una secuencia. Se miran y dicen: “¡Ahora sí, vamos!”

A partir de allí, las alumnas tomaron otra posición. Sus caras no son las mismas y sus cuerpos tampoco. Se mueven así: en el momento exacto en el que un sonido metálico y estridente asalta a la música mueven la cabeza con fuerza hacia su derecha, como si algo les hubiera volado la sien. Rápidamente están semiflexionadas frente al espejo, con cada codo forman una L hacia abajo, y giran su tronco, parecen mezcladoras de cemento. Se miran frente al espejo, devienen monstruosas.

Con algunas de estas alumnas viajó varias veces a África donde conocieron a tribus nativas y sus culturas. Tere cuenta una anécdota con una chica que siempre le dijo que era atea. “Cuando pasamos una tarde en Masái Mara, una reserva natural en Kenia, llorando me dijo: “Creo en Dios”.

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Viaje a Kenia, en 2016.

Viaje a Kenia, en 2016.

Frente al terreno donde está el estudio de danza “Hakuna Matata” y casa de Teresa Aramburú se encuentra el Arroyo Rodríguez, en City Bell. Es una zona exenta de la contaminación sonora de la ciudad. Los pocos autos que circulan van a su clase o son vecinos. La entrada de su casa es una tranquera de madera, que cuando hay clases siempre está abierta; la decora una postal hecha de cerámica con el característico pañuelo de las Abuelas de Plaza de Mayo. Predomina el verde de la flora, en la calle y en su propio parque.

Un camino de cemento zigzagueante, rodeado de plantas altísimas, llega a una escalera de madera. Cuatro escalones separan del suelo a la casa/estudio de Tere. Ahí arriba sucede todo: duerme, cena, baila, ensaya, almuerza, da clases, escucha música, compone, recibe amigos. El espacio más grande de su casa, el salón donde da clases, a su vez, funciona como living, está hecho de madera y luz.

Ya desde sus cinco años anhelaba vivir en África, le apasionaban los animales de ese continente.

No hay pared sin ventana. Un espejo enorme de piso a techo permite saber qué pasa en cada rincón. Hay instrumentos: el infaltable yembé, un instrumento de percusión típico de la música africana, tiene forma de reloj de arena. En lo más alto de la pared de ingreso hay una foto colgada de una leona, todo está vigilado por su ojo. La cocina está conectada al estudio y a su vez con la parte privada de su casa.

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Clase en Hakuna Matata, el estudio de Tere.

Clase en Hakuna Matata, el estudio de Tere.

Es verano de 1971 y la familia Aramburú veranea en su quinta de Villa Elisa, un barrio en las afueras de la ciudad de La Plata. Teresa, de ocho años, está muy concentrada pegando papel crepé y cartulina. En pocos días presenta un gran show y tiene que terminar el vestuario. Las bailarinas principales son sus primas, que vinieron desde Santiago del Estero pero, según la pequeña directora, no están muy comprometidas con la causa. “Querían bañarse en la pile, querían joder, estaban de vacaciones. Y yo no, no, tenemos ensayo. Después hacíamos como un show y mi mamá invitaba a sus amigas, amigos y compraba muchas empanadas. Nos ponían unos faroles ahí en el jardín y hacíamos eso una vez por verano”, recuerda Teresa Aramburú.

La casa familiar estaba ubicada cerca del Teatro Argentino y sus padres insistían con que estudiara danza clásica. Ella nunca quiso: dice que de lo que siempre estuvo segura desde sus cinco años es que anhelaba vivir en África, le apasionaban los animales de ese continente. Cuenta que a esa edad pegaba con calor las chapitas de las botellas de gaseosa a sus zapatillas marca Flecha. Le gustaba ese sonido, el del metal chocando de lleno contra el piso. Aún hoy le parece fascinante el zapateo americano, en ese momento creía que lo único que hacía falta para bailar junto a Fred Astaire, conocido bailarín estadounidense, era que él la descubriera.

Entre esa niña convencida de que Fred Astaire la iba a descubrir y sus ganas de bailar descubrió el afro jazz de la mano de Pucci Zambrano. Allí perfeccionó una vieja obsesión, el comportamiento animal, algo que la llevó a leer frenéticamente a Vitus B. Dröscher, un etólogo Alemán.

“Cuando era pendeja, entre los 10 y 15 años, lo leí mucho. Me fascinó ese mundo. Entonces empecé a decir que iba a ser veterinaria. Cuando me di cuenta que había que meterle la mano a la vaca o un perrito dije: no, ni pedo... ¡yo quería ver un hipopótamo!”. Y se ríe. “Yo de chiquita me quedaba horas mirando cómo dormía mi perro, su cara. Entraba en un flash groso. Mi familia, preocupada, me decía: ¿Tere qué te pasa? Andá a jugar. Al día de hoy me sigue pasando, los miro y están como en una cosa de tranquilidad, de meditación que me flashea. No puedo creer el nivel de poca ansiedad que manejan y la honestidad en lo casero. Si dejás a un perrito adentro, cuando llueve, tuki, se queda ahí mirando”, agrega mientras descansa una tarde en su estudio. Acaba de cumplir 62 años: nació en el ´63, como Fito Páez.

Cuando Teresa habla, le es inevitable no gesticular con sus manos y su cuerpo. Sus rulos canosos se mueven al mismo ritmo y, aunque su mirada permanece penetrante, no deja de lado el sonido ni la "propiocepción", el sentido que permite percibir la ubicación y movimiento de cada cuerpo. Tere cuenta una anécdota y se mueve a tempo con la onomatopeya con la que enfatiza el final de la oración.

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Teresa Aramburú con su perro Domingo.

Teresa Aramburú con su perro Domingo.

Veterinaria no. Algún día de 1979 hojeando la sección cultural del diario El Día, Tere lee: Profesor de color ofrece clases de danza afro jazz. “Cuando lo vi, fue ver a una pantera bailar, morí”, rememora.

El profesor era Pucci Zambrano, un mestizo que estudió en el distrito Alvin Ailey, en Nueva York, y llegó a vivir a Buenos Aires, donde enseñó afro jazz. Era el estilo de afro que llegó a Nueva Orleans, aunque cuenta Teresa que él nunca había ido a África. Daba clases en un local del Partido Socialista de La Plata, y también en Santa Fe y Callao, y en San Isidro.

“La palabra afro me voló la cabeza. Él estaba dando clases medio de canuto, todavía no había asumido Alfonsín y estaba prohibido. Él es mi maestro hasta el día de hoy, ya no baila, pero es mi referente”.

No me siento referente de la danza afro. Es una blasfemia, yo no sé nada. No me siento referente de la danza afro. Es una blasfemia, yo no sé nada.

Cuenta que de él aprendió la importancia de la disciplina, la paciencia y, sobre todo, que la danza requiere una vida dedicada a ella en donde el tiempo y el proceso son lo esencial.

Sus alumnas saben bien lo que es la disciplina. Una de ellas dice: “Cuando arrancamos los sábados, Tere abrió un grupo en el que éramos poquitas, después de la pandemia. Las clases duraban cinco horas, parábamos a comer una banana y tomar agua y seguíamos. El cansancio hacía que te relajes. Cuando llegaba a casa me sentaba en el sillón y hasta el lunes no me levantaba. Era un día genial, qué lindo, qué lindo... quedaba como una seda”.

En sus inicios, después de las clases con Zambrano, Teresa Aramburú viajó a Salvador de Bahía a tomar clases de afro bahiano, que tiene sus raíces en África con un ritmo muy alegre. Después viajó a África y conoció distintas tribus nativas. “Me di cuenta de que no sabía nada y en ese momento empecé a ir más. Lo que pasa en Kenia, Zimbabue o Senegal no tiene nada que ver con nosotras, son todas cosas diferentes”.

A lo largo de veinte años, con idas y vueltas, siguió con las clases de Zambrano. En una época se levantaba a las cinco y media de la mañana, antes del alba, y viajaba hasta San Isidro. Como si se tratara del armado de un rompecabezas aprovechaba las idas a Capital Federal para perfeccionar habilidades que sentía que le faltaban. Practicó zapateo americano y decidió afinar el equilibrio, y para esto tomó clases con Alfredo Gurquel, “un grandísimo maestro”, que era conocido por trabajar en el teatro Colón. Con él aprendió sobre técnica clásica, y recuerda que “para ingresar a sus clases necesitabas una carta de recomendación, que me escribió Zambrano”.

En aquella época volvía a La Plata, daba clases y después ensayaba. Terminaba casi a la medianoche.

Ahora siente que frenó un poco. "Es diferente, doy una clase por día, me puedo dar el lujo de empezar a laburar realmente en lo que me gusta. Sé quiénes vienen y me puedo dedicar de lleno”.

Poco después, en la charla, se burla de los que la colocan como una de las primeras maestras del circuito de la danza afro en La Plata. “No me siento referente de la danza afro. Es una blasfemia, yo no sé nada”, afirma.

Dice que en ese "no saber nada" encuentra libertad para poder bailar sus propias emociones, inquietudes y estímulos. Por eso, a sus clases las determina como danza afro contemporánea porque la atraviesan tanto sus experiencias en los distintos puntos de África como los movimientos salvajes de los animales y lo que vive en el presente.

Sobre la danza afro tradicional dice que en las tribus nativas bailan sus propias vivencias, una experiencia intransferible. “Y yo tengo otro significado también, que no lo quiero dejar de lado, entonces a medida que fueron pasando los años fui teniendo ganas de lo que siento”. Y admite: “En un momento empecé a sentir esta sensación de estar imitando a alguien y me incomodó”.

Sobre la música que selecciona para sus clases y performances, dice: “Estoy todo el tiempo con la oreja parada. Si hago fuerza para encontrarla, no la encuentro. Mirá, un día a las tres de la mañana, en el cumpleaños de una amiga, escuché un tema. Y Alfon, su amiga, lo sacó con el coso buscador de música y me dijo: ´Es tal´. Lo escuché entre conversación y risas".

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Camila Mainetti nació en 1983 en Villa Elisa y se inició en el mundo de la danza afro con Teresa en el 2000 y durante diez años bailó con ella. Hoy da clases y es una referente de la danza afro guineana. En sus clases hay música en vivo.

“En ese momento a mis amigas y a mí, Tere nos partió la cabeza porque nos proponía entrar a un mundo más de sensibilidad y creativo. En 1998 yo tenía quince años y fui con mi mamá a la plaza Islas Malvinas, donde Tere bailaba con su grupo. Cuando la vi, pensé: quiero hacer esto. Me partió la cabeza esa plasticidad, el manejo del cuerpo, del ritmo y el disfrute. Y unos años después, empecé mi propia formación".

Uno de los momentos más presentes que retiene en su memoria fue el festejo que hizo Teresa Aramburú de sus 20 años en la danza. Bailaron junto a su grupo en el Coliseo Podestá. “Lo tengo como un recuerdo muy hermoso”, comenta.

“Tere es una apasionada total, una gran coreógrafa y supercreativa, es una inspiración. De manera intuitiva nos metió en ese mundo. Hubo una época, por ejemplo, donde juntábamos un viernes a la noche en lo de Tere a ver un VHS de danza".

En 2010 viajó a Senegal motorizada por Teresa, que había visitado el país en 2008. Lo sintió como un quiebre en su vida: “Volví y yo quería bailar con tambores".

Ese año empezó a dar clases y parte de su impronta tiene que ver con el protagonismo de los músicos en vivo. Volvió a Senegal en 2013, donde conoció a una maestra de Guinea y se sumergió en ese mundo del noroeste del contiente africano. Descubrió el folklore africano junto a distintos maestros y maestras. “Guinea y Senegal están pegaditos en el noroeste africano y son cosas totalmente diferentes", aclara.

En enero de 2023 viajó a Guinea y en febrero la acompañaron alumnas suyas. Ambos viajes fueron de estudio, como los que solía hacer Teresa Aramburú, que contagió desde La Plata esa energía de viajar un tiempo a la tierra originaria de la danza y adentrarse en los códigos de distintas regiones: la ciudad, el campo, la playa, con la idea de conocer de cerca la cultura y entender que cada región tiene sus propias vivencias. Por ende, una danza particular.

Sobre la escena en la ciudad, hoy mucho más diversa y variada que cuando Teresa Aramburú dio sus primeros pasos, Mainetti comenta: “En La Plata podés encontrar afro brasilero, afro uruguayo, afro guineano. Cada uno tiene sus particularidades, su música, su vestuario y su conexión con la cultura de cada país".

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Las danzas afro latinoamericanas nacieron en el continente por la fusión de las culturas latinas y africanas, vehiculizadas por la esclavitud. Belén Antonioli se especializa en este tipo de danzas en la ciudad.

“La conocí a Teresa por los 2000, aunque no tomé clases con ella. La tenía de nombre porque era una referente para quienes nos interesaban las danzas de raíz afro en la Ciudad. Yo me formé con Vanesa Wainberg, discípula de Tere, con ella aprendí afro contemporáneo y después mi aprendizaje viró hacia la danza afro latinoamericana: afro candombe y afro peruano", dice Antonioli.

Un patrón se repite en quienes incursionaron en la danza afro en La Pata: se suelen formar cada una a su medida, guiada por el interés primario en las coreografías de raíz africana. “Me formé con maestros y maestras de Perú y Uruguay tanto en viajes de estudios o convocando a que vengan a Buenos Aires y La Plata", confiesa Belén Antonioli.

“Lo que yo propongo en mis clases es que nos encontremos con las emociones: con las alegrías, los dolores, con todo lo que se moviliza cuando ponemos el cuerpo en movimiento y cuando escuchamos los tambores". Belén ve a la danza como una herramienta de autoconocimiento. En sus clases, además de bailar con pistas, lo hacen con percusión en vivo.

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En dos momentos de su vida, al menos, Teresa Aramburú no tuvo más ganas de bailar. La primera vez decidió irse a Ushuaia con su pareja de ese momento, llamado Plutarco, y ahí empezó a tomar clases de tango con él. Posteriormente empezó a dar clases en un taller al que bautizaron como "Afro del fin del mundo". Se enamoraron con Plutarco y volvieron a La Plata donde vivieron en una casa familiar de calle 53. Con espíritu de productores decidieron transformarla en un centro cultural y se encargaban de todo: abrir el escenario para que distintos músicos tocaran tango y bailara el público, servían la bebida y limpiaban todo. En ese momento ya tenían a su hijo Lorenzo, de pocos meses. Junto a Plutarco recorrieron el mundo bailando tango: fueron desde Roma hasta Shanghái.

Volvieron de las giras mundiales a la Argentina para criar a su hijo y asentarse en un lugar, y fue así que descubrieron el terreno donde hoy se encuentra Hakuna Matata. Teresa cuenta que cuando lo vio le hizo acordar a la sabana africana, fue así como lo eligieron y a pulmón montaron el estudio. “Mi hijo se crio entre colchonetas, entre tambores y clases de tango, milongas y danza. Podría haber salido contador re caliente, viste, pero no, baila, toca tango y de todo. O sea, teclado, violín, guitarra, canta, compone y baila”.

En 2022, Teresa recibió la noticia del crimen de su sobrino en Francia. Ahí volvió a montar su obra Passion.

La segunda vez que no tuvo ganas e hizo un parate de la danza fue en el 2021, después de la pandemia y las clases online de las que habla con cierta pesadez. Dice que perdió el deseo. En ese momento sus amigas fueron un gran apoyo y la incentivaron a componer una obra que se llamó "¿Todo bien?", cuestionando esa frase que se utiliza diariamente por compromiso pero sin conexión con lo que le pasa a otra persona.

Hace más de treinta años Teresa Aramburú armó "Passion", una performance con música de la película !La última tentación de Cristo", film prohibido varias veces y con música de Peter Gabriel. “Hicimos ese trabajo como pasando por el cuerpo las pasiones humanas: el dolor, la angustia, la lujuria, la muerte. Pasaron como treinta años y tuve otra vez necesidad de volver ahí”, comenta.

En marzo de 2022 Teresa recibió la noticia de que miembros de la ultraderecha francesa habían asesinado a su sobrino, Federico Martín Aramburú, quien residía en París desde los dieciocho años y se desenvolvía en el ámbito del rugby.

“Entonces tuve la necesidad de bailar ese tremendo dolor. Tiene que ver con el racismo, con la discriminación, con la intolerancia, con el mirar hacia otro lado y que no te importe lo que le pasa al otro. Así que convoqué a gente de todo tipo, que no bailaba, que sí bailaba, todos de distintas edades, distintos cuerpos a bailar esto. Hicimos Passion en Constitución, en Retiro, en el Pasaje de Rocha, en la calle y para el 19 de noviembre, el aniversario de La Plata”.

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La puesta en escena de

La puesta en escena de "Passion", en el Aniversario de La Plata.

La performance, que forma parte de la obra "¿Todo bien?", actualmente se puede ver en YouTube y la describe así: “Passion habla, por medio del movimiento coreografiado e improvisado, de las pasiones humanas: certezas, dudas, encuentros y desencuentros. El colectivo humano autómata, el otro como un espejo que nos devuelve nuestros miedos y frustraciones; para acabar abrazando en él todo aquello que rechazamos y condenamos en nosotros mismos".

Agrega: “Es una clara muestra de lo que no es afro tradicional”.

En sus palabras, Teresa Aramburú siente que hoy en día cierra parte de una etapa y ahora sólo tiene ganas de bailar, de divertirse, de aplaudir y reírse. El futuro lo vive casi en un puro presente, sin demasiada planificación más allá de la entrega a sus clases y a sus eventuales puestas en escena. “Tengo ganas de relajar un poco, de descomprimir, después de la pandemia sentí que había mucho para exorcizar”, concluye en el silencio acogedor de su estudio.

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Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.

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