La pava eléctrica corta cuando la temperatura del agua llega a los 80°C, cae la tarde en un barrio de un Casco Urbano platense y el Uru, vestido entero con un conjunto de la Celeste, se pone a armar una imponente montaña de yerba en su mate camionero. No le gusta ser protagonista, es una persona sensible ante los acontecimientos que lo rodean y se emociona fácil. Pero esta vez le tocó hablar y dar a conocer su versión. Una linda manera de descubrir el detrás de escena de la Selección de Uruguay campeona del Mundial Sub 20 en Argentina en un mano a mano con 0221.com.ar. "Cuando me entero que viene Uruguay se me vino todo abajo, en emociones, en recuerdos, en un montón de cosas vividas. Era mi país, mi viejo, mi infancia, era todo", comenzó.
Difícil se puso la cosa cuando se enteró que Irak, Túnez y Honduras iban a llegar al Country para entrenar durante su estadía en La Plata . El choque de culturas lo hizo dudar de lo que podía llegar a pasar, tenía miedo de no poder comunicarse, aunque luego eso pudo solucionarse.
Fernando nunca estuvo preparado para llevar una vida de oficina. Es una persona activa y ni las lesiones que arrastra su cuerpo desde hace más de cinco décadas pueden impedirle caminar una y otra vez el inmenso predio de City Bell. El primer día que llegó la delegación charrúa, no pudo con su genio e hizo de las suyas. "Apenas llegaron yo me presenté y les dije: 'soy uno más de ustedes', y ellos dijeron 'ah, es uruguayo', pero después empezaron a haber cositas de mi parte. No por andarles atrás ni mucho menos, pero yo no estaba como un día cualquiera y les preparaba todo: colgaba banderas en el vestuario, ponía música en los parlantes, ellos terminaban últimos de entrenar y me quedaba para lavarles uno por uno los botines", contó.
El Uru tenía bien claro que no debía excederse con la emoción por lo que estaba viviendo, sino que debía actuar con naturalidad y eso se lo marcó la experiencia de tanto años en Primera División. El zorro sabe más por viejo que por zorro, dice el refrán. "La manera para entrar a un club es caerles por la parte humana. Si vos querés entrarle a un jugador tenés que empezar por alentarlos cuando están en el vestuario, en kinesiología, en el médico, darles un mate, acompañarlos en una lesión... porque después los jugadores se acuerdan de uno por el lado de lo humano", enfatizó.
"Algunos de los botijas eran muy tímidos, retraídos y calladitos. Son muy chicos. Algunos tienen entre 17 y 18 años, son muy gurí, tienen muchas cosas por aprender y ahí es donde uno tiene que entrarles", agrega.
"CAMBIO DE RUMBO" Y DERROTA FRUSTRANTE
Fue el 22 de mayo cuando llegó el primer partido frente a Irak. Nando los despidió como si fuera uno más, prendió la radio y se quedó enganchado al aparato toda la tarde para escuchar el partido desde el Country. Fue victoria por 4-0 para los charrúas que tenían un comienzo inmejorable. A la vuelta, el utilero recibió la peor noticia: Uruguay debía ir a entrenar a Estancia Chica, el predio que posee Gimnasia en Abasto, pero eran unos días, previo al encuentro con Inglaterra. "Nos cambiaron el rumbo bo. Nos tenemos que ir para Estancia", le dijo Sebastián, uno de los utileros uruguayos, a Fernando. Nada pudo haberle estrujado más el corazón. Pero la vida le daría revancha.
Como no pudieron tenerlo durante la semana, el presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) le regaló entradas y lo invitó a la cancha. Fue la única vez que los vio en vivo. "Fui solo, me senté solo, me canté el himno como un animal y me lloré todo. Sin embargo, perdimos 3 a 2 contra Inglaterra", dice Fernando, que se fue dolido del Estadio Diego Maradona tras una derrota que los sentenciaba al milagro en el último partido frente a Túnez, que iba a ser en Mendoza.
"Les tocaba venir de nuevo a City Bell y después se iban". Cuando se enteró el cronograma, el Uruguayo sacó su lado más cabulero. Tenía bien claro lo que tenía que hacer. "Pensé en hacer un vestuario distinto: cambié las banderas de lugar, metí fruta, metí café, otro tipo de mimos. Yo les decía que iban a volver y algunos me decían 'y, pero si quedamos afuera nos vamos', pero yo les respondía que se queden tranquilos que todo iba a salir bien y que cuando vuelvan los iba a esperar con el vestuario en las mismas condiciones", cuenta.
Pero antes de irse, tuvieron un momento especial e irrepetible. "Cuando se van a subir al micro para viajar a Mendoza le pido al presidente si puedo subir a hablar. Me puse de frente a ellos y les dije: 'Chicos, muchachos, gurises, estoy seguro que los voy a volver a ver. Ustedes saben bien que camiseta están defendiendo, lo que significa representar a nuestro país, por algo están acá. Yo me críe en el campo. Mi vida era jugar a la pelota. No tenía condiciones, nada, pero yo veía que el jugador uruguayo es distinto, tiene un plus más. Lo van a tener y nos vamos a volver a vernos, quédense tranquilos'. Ahí me dieron un abrazo todos y empezaron a cantar 'olé, olé, olé, nando, nando'", dice y no puede evitar romper en llanto.
A los dos días, en un encuentro tan luchado como sufrido, los Charrúas le ganaban 1-0 a Túnez, consumaban la clasificación a los octavos de final y sentenciaban su regreso al Country.
Tras ese encuentro, un nene uruguayo de la categoría 2011 de Estudiantes le regaló a Fernando una camiseta con su nombre y la número 7. El que utiliza Anderson Duarte, mediocampista de la Sub 20, el mismo jugador que, casualmente (o no), terminó metiendo dos goles, uno en octavos de final (frente a Gambia) y otro en los cuartos (contra Estados Unidos). Desde ese momento, la camiseta del pequeño iba a quedar colgada en el vestuario uruguayo por el resto de la competencia.
La vuelta a La Plata era un hecho. Debían enfrentarse a Israel por las semis. Sin embargo, los charrúas sacaron chapa de candidatos, plantearon un partido reñido, con ataque directo y se llevaron el resultado con pasaje directo a la tan ansiada final.
"Llegamos a la final. FIFA dictaminó que los entrenamientos iban a ser viernes y sábado. Esos dos días hicimos todo igual que como veníamos haciendo. Y antes de que partan al último partido me subo al micro de nuevo y les dije: 'gurises, ¿qué pasó ese día? Les dije que iban a volver y volvieron'. Fue en ese momento cuando el capitán se levantó y me dijo: 'Nando vos sos parte nuestra, te necesitamos ahí con nosotros', y le respondí que no podía porque tenía que trabajar, pero que hagan de cuenta como si yo estuviera ahí. Y para terminar el discurso fue más emotivo: 'Ustedes ya ganaron. Estar en una final del mundo es muy importante. Eso de que nadie se acuerda del segundo es mentira, no tengan miedo. Es un paso más muchachos'", dice Nando mientras se le llenan los párpados de lágrimas. Al mismo tiempo, recuerda y vuelve a emocionarse por aquel momento en el que, después de dar la charla, cantó junto a todos los jugadores el himno uruguayo. "Nos pusimos a cantar el himno de Uruguay completo, lloré cuando íbamos por la mitad. Fue tremendo".
El descenlace no pudo ser mejor. Fernando volvía ese mismo día para su casa después de hacer su labor en el Country mientras escuchaba el cotejo por radio. Se sentó en el sillón de su casa con sus hijos y se calzó el conjunto de la Celeste para vivir los minutos finales de Uruguay e Italia con el corazón en la boca y el rostro empapado de tantas lágrimas. Final con victoria agónica uruguaya al borde del cierre de los 90 minutos cuando el destino parecía marcar el tiempo de alargue. Uruguay campeón del Mundial Sub 20. El Uru se abraza con la familia, se tapa los ojos, mira a sus gurises festejar, a su país levantar la Copa del Mundo y triunfar frente a los ojos de todo el planeta.
Su sueño se había hecho realidad. Ese que se le cruzó por la cabeza cuando le dijeron que su país iba a entrenar en su lugar de trabajo o durante aquellas visitas al vestuario cuando le cebaba mates al resto del plantel o intentaba motivar a los muchachos antes de cada partido.
Claro que esos gestos tuvieron su recompensa cuando Fernando llegó al hotel Grand Brizo para ver a sus jugadores. "Lo llamé al comisario que custodiaba al plantel y me dijo: 'Fernando, va a pasar porque usted es campeón del Mundo' y ahí me emocioné". Ese comentario atravesó su corazón y lo dejó en un nocaut emocional.
Una vez en el hotel se encontró con los jugadores, con sus campeones, que ya eran familia. "Entré y vi el momento en que entraban los jugadores. De la nada aparece Fabricio (Díaz), el capitán, y me da la copa así como venía. Si ven la foto se van a dar cuenta que yo estaba con los ojos llorosos, no era yo, de los nervios que tenía la agarré como al revés, no me daba cuenta de lo que estaba pasando. Después se me tiraron todos encima y era una ronda con todos cantando 'nando es campeón del mundo, nando es campeón del mundo' y ahí lloré como un animal".
Después de saludar a todos los jugadores y besar la Copa del Mundo. Lejos de querer estar bajo los flashes o tomar protagonismo, Nando saludó a los utileros, los abrazó y tal como lo indica su oficio, trabajó hasta las 5 de la mañana acomodando 22 baúles repletos de elementos de utilería para que la delegación uruguaya emprenda la vuelta para celebrar en su tierra.
Sobre el final de la charla, Nando deja a un costado el mate con la yerba para cambiar y se sincera: "Yo siempre estuve en un lugar privilegiado, donde todos quieren llegar. Yo ayudé. No tengo el título de utilero, no puedo cargar con eso". Él nunca se definió como un trabajador, lo suyo es cuestión de buena fe, tal como se lo enseñó Rubén "Pocho" Mazzina en sus primeros años en el club. Nando estuvo más de 20 años sin recibir dinero a cambio de realizar ese trabajo mientras en paralelo tenía un empleo fijo. Por eso menos aún iba a buscar una retribución a cambio de colaborar con su país. Pesaban su familia, el recuerdo de su padre y mucho más. La alegría le dura hasta el día de hoy, cuando limpia los vestuarios del Country Club de City Bell y recuerda aquel cantito que le dedicaron los jugadores mientras él sostenía la Copa del Mundo: "Nando es campeón del Mundo, Nando es campeón del Mundo".