Una noche fría de 1987, Fito Páez camina por una calle de Madrid y se mete en una cabina telefónica desde donde ve, en la vereda de enfrente, a un violinista que con su melodía triste impregna la atmósfera. Llama a la casa de su tía y recibe una noticia tan inesperada como necesaria: habían encontrado al asesino de sus abuelas. Conmocionado, sale de la cabina, cruza la calle ocupa el lugar que dejó el violinista y comienza a cantar "Y dale alegría a mi corazón".
En esa escena del capítulo 7 de la serie biográfica El amor después del amor, estrenada el miércoles 26, en Netflix, quien interpreta al artista callejero que se va, junto con la tristeza de Fito Páez, es el violinista platense Julián Laquidara. Con 41 años y sin ser actor, Julián siempre estuvo dispuesto a actuar con su instrumento cuando se presentara la oportunidad. El 22 de junio de 2022 supo a través de una web de castings que la productora de la serie, Mandarina Contenidos, buscaba un violinista y se postuló.
Sus experiencias anteriores incluían algunas obras de teatro y una publicidad de 2010, para la marca de aceite para autos Bardahl. Mandó su currículum con varias fotos y ese mismo miércoles le respondieron que había sido seleccionado. Por sus ojos grandes de cejas oscuras y pestañas tupidas, su piel parda y el cabello gris, era el indicado para el personaje: un violinista exiliado de Europa del Este, tierra prolífica en músicos y gitanos. Además, la productora tenía prisa porque la grabación iba a ser en 48 horas.
Un día antes del rodaje le encargaron a Julián que compusiera la melodía para la escena. A él, con 28 años de experiencia tocando en bandas de blues, rock, folklore y candombe y en orquestas sinfónicas y de tango, adaptarse a nuevas situaciones no le costaba. Le pidieron que se pusiera en la piel de su personaje: un músico de la posguerra que se ganaba la vida tocando en la calle y que ese día no había recaudado nada. La melodía debía reflejar su desánimo y también la pena de Fito Páez. Tenía que ser desgarradora, un poco sucia, “medio rota”, especificaron.
—Tuve ese sentimiento de tristeza y traté de tocar algo que se escuchara fuerte, porque era en la calle—. Recuerda Julián, una tarde de abril, en el comedor de su casa de Tolosa.
—Compuse una melodía muy cortita, que es como una especie de milonga triste—.
El resultado fue un sonido agudo que avanza despacio y se agrava y eleva hasta parecerse a un largo lamento, que en la productora gustó enseguida. ¿Acaso el violín tiene un poder especial para evocar la tristeza? Según Julián, puede lograrlo todo: magia, melancolía, simpleza y virtuosismo. Es tan amplio que está en todos los géneros musicales, dice, y es el más parecido a la voz humana. Pero, llegado el caso, reconoce riendo: "Sí, es el encargado de sacar lágrimas".
Con apenas unos retoques, la noche del rodaje, en el Pasaje Rivarola de Capital Federal -que simula ser Madrid-, el violinista platense tocó su melodía.
EL AMOR DESPUÉS DE LA TRAGEDIA
Fito Páez creció cobijado por su abuela y su tía abuela, que lo criaron junto a su padre, tras la muerte de su madre, cuando él tenía apenas ocho meses. El 7 de noviembre de 1986 ambas fueron asesinadas en su casa, junto con la empleada doméstica, sin un motivo claro. Ese fue el momento más duro en la vida del artista que, como narra la serie basada en sus memorias, dirigida por Gonzalo Tobal y Felipe Gómez Aparicio, con Iván Hochman como protagonista, atravesó períodos de ira, tristeza y depresión.
La tragedia se cruzó cuando su carrera iba en ascenso. Con 23 años, tocaba en la banda de Charly García tras haber sido tecladista y compositor de Juan Carlos Baglietto, y ya había lanzado su segundo disco solista, Giros, con los memorables 11 y 6 y Yo vengo a ofrecer mi corazón. Cuando se supo de los asesinatos, los medios atizaron la hipótesis de que él estaba implicado. Harto, se fue a la Polinesia, donde compuso Ciudad de pobres corazones, el disco más oscuro y rabioso de toda su carrera.
Un año después encontraron al asesino: Walter di Giusti, quien poco antes de esos crímenes había matado a otras dos mujeres. En una entrevista de 2019, Fito Páez reconoció que en aquel tiempo había buscado al culpable junto a la hinchada de Rosario Central, con una pistola calibre 22. “Quería vengarme”, aseguró, “pero muy pronto entendí que abrazarte a la idea del amor es infinitamente más poderosa”.
Con esa ética de vida siguió y en 1992 creó el disco El amor después del amor, tras enamorarse de la actriz Cecilia Roth. Con artistas invitados de la talla de Mercedes Sosa, Luis Alberto Spinetta, Charly García, Andrés Calamaro y Fabiana Cantilo, y con temas que hoy son clásicos, como el que da nombre al disco o Brillante sobre el mic, Tumbas de la gloria, La rueda mágica -y la lista sigue- caló hondo en el sentir de la época y pronto vendió un millón de copias, convirtiéndose en el disco más vendido de la historia. A 30 años de su lanzamiento, las celebraciones incluyen una gira internacional, una reversión que aún no vio la luz y el estreno de la serie.
Todavía hoy Julián recuerda el día en que su hermano mayor llegó a la casa con El Amor después del amor y el entusiasmo con que regresaba de la escuela, para escucharlo.
"Soy de la generación Fito Páez", resume.
A partir de ese disco comenzó a seguir por largo tiempo al artista. Compró el siguiente: Circo Beat y fue a verlo a más de un recital. Al igual que Charly García y Spinetta, Fito Páez estaba en el olimpo de sus grandes ídolos.
EL VIOLÍN DE LA TÍA ABUELA QUE ABRIÓ LAS PUERTAS
La música está en la génesis de la familia Laquidara. La madre y el padre de Julián se conocieron en el coro del Instituto Terrero, en 1969, y todavía hoy, con 50 años de matrimonio, cinco hijos y siete nietos, siguen cantando. En su hogar siempre hubo música. Podía sonar Gardel, Salgán o Los Beatles, como Maria Elena Walsh, León Gieco o Manal. Además, Laquidara padre tocaba la guitarra. Él le enseñó a Julián, cuando tenía ocho años. A los 13, su pequeño ya integraba una banda de blues en la que los demás miembros le duplicaban y hasta triplicaban la edad.
Julián descubrió el violín tras una pérdida. Cuando su tía abuela murió, sus padres encontraron una réplica de un Stradivarius en la casa de la mujer, lo restauraron y se lo ofrecieron. Él, que tenía predilección por la música clásica, enseguida se interesó. Con 17 años, comenzó a tomar clases particulares y a postularse en orquestas sinfónicas juveniles. Empezó la carrera de Dirección Orquestal, que interrumpió cuatro años después, cuando las oportunidades de tocar se multiplicaron. Integró la Orquesta del Bachillerato de Bellas Artes de La Plata, la de la Facultad de Medicina de Buenos Aires y llegó a formar parte de la Orquesta Académica del Teatro Colón. Allí se dio el gusto de tocar con su ídolo, Luis Alberto Spinetta, en el recital sinfónico que brindó en 2006. Más tarde incursionó en el tango junto a la Orquesta Típica Misteriosa Buenos Aires, con la que en 2013 salió de gira por Europa. Y también se metió en el Pop, al integrar la orquesta que acompañó a Tini, en 2019, en el Luna Park.
Fue por ese carácter versátil del violín, y porque le permitía integrar orquestas, que Julián prefirió profundizar en ese instrumento antes que en la guitarra. Hoy da clases particulares y desde hace 14 años integra un programa educativo que forma orquestas en barrios vulnerables de la provincia, donde aprenden niños y adolescentes.
Su veta actoral no forma parte de su trabajo, explica: es un interés. Por eso se mantiene atento a cada nueva oportunidad para actuar.
—Siempre con el violín— aclara, recalcando que nunca tuvo diálogo en escena, como los actores profesionales. Distinguiendo, también, el medio con el que se expresa.