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Magia entre bambalinas: la historia del Taller de Teatro de la Universidad

Magia entre bambalinas: la historia del Taller de Teatro de la Universidad

A 36 años de su creación, en una casona que estaba a punto de demolerse, sus protagonistas repasan años de escenas arraigadas en el teatro popular argentino. 

Era 1986 y Mariela Mirc cursaba la licenciatura en Física en la Facultad de Exactas de la UNLP. En sus tiempos libres buscaba hacer alguna actividad cultural, y una compañera comentó al pasar que la Secretaría de Extensión había abierto una inscripción pública para un taller de “Método de las Acciones Físicas”.

-El flaco parece piola –sugirió la compañera.

“El flaco” resultó ser Norberto Barruti, el “Colo”. Una mañana recibió a Mariela en una oficina del edificio de Presidencia, le convidó mate cocido y charló  por un buen rato. Le comunicó que el 5 de mayo se haría la primera reunión con todos los interesados y ahí explicaría en qué consistía el taller. Fue entonces que Mariela Mirc concurrió al encuentro, sin más que expectativas que conocer de qué se trataba la propuesta. “Ahí estuve ese día, en un aula del Colegio Nacional junto a otras 390 personas. No tenía mucha idea de lo que era el teatro, pero algo en mí me impulsaba a conocerlo”, recuerda ahora. En realidad, el taller de “Método de las Acciones Físicas” pasó a llamarse, al poco tiempo, como Taller de Teatro de la Universidad Nacional de La Plata.

La cola del público para entrar a la sala

Nunca imaginó, en efecto, que ese momento fuera el inicio de algo histórico. Recuerda la sensación de estar frente a un maestro y pensó que no quería perderse el recorrido de ese camino. “Sí intuíamos todos que estábamos frente a algo distinto y grande. Quizás tal vez como todo lo que iniciábamos en esos días de efervescencia con la reciente vuelta a la democracia y los miedos de la dictadura en retirada”, apunta la que poco tiempo después se convirtió en la mano derecha en la asistencia de dirección del Colo Barruti, el alma mater del Taller de Teatro de la UNLP.

Barruti dando una charla a niños y adolescentes

Mariela dejó de estudiar Física y largó todo abruptamente, atraída por las bambalinas. Lo suyo no fue la actuación. Fue una de las que, silenciosamente y semana a semana, fue organizando los detalles de las puestas en escena detrás del escenario. De aquellos primeros tiempos rescata la convocatoria de la Asociación Argentina de Actores a un homenaje en la calle por el cincuentenario del fusilamiento de Federico García Lorca. Que devino en el primer espectáculo del Taller: “Si muero, dejad el balcón abierto”. Y después empezaron a deambular de espacio en espacio porque el Colegio Nacional no podía alojarlos y en el Pasaje Dardo Rocha se complicaban los permisos. De hecho, con el primer grupo terminaron ensayando en la glorieta de la Plaza San Martín en las vísperas de la presentación de dicho espectáculo en el Teatro Ópera.

“Y todo eso devino en la llegada a la casona de la calle 10, que estaba en condiciones muy distintas de las actuales, como muestra alguna de las fotos que exhibimos hoy en el hall”, se emociona Mariela, repasando imágenes desde su escritorio del Taller de Teatro de la UNLP. “No hay nada más potente que una situación enamorada” es la frase predilecta que suele repetir el Colo Barruti cuando habla de la creación del Taller, que no puede creer que haya cumplido 36 años con él al frente como ideólogo: fundado el 5 de mayo de 1986, hoy depende de la secretaría de Arte y Cultura.

El Colo Barruti repasando un texto junto a Mariela Mirc

“Nunca tuve la intención de fundar un taller de teatro con sala propia en la Universidad. Lo único que puedo decir es que les puse el cuerpo a las cosas que fueron apareciendo”, rememora con cierto asombro el Colo, que había llegado a La Plata desde Capital Federal buscando trabajo. Llevó un currículum a la Universidad y le propuso a Marcelo Rastelli, por entonces secretario de Extensión, dar clases de actuación. “No era mi intención inicial, porque no tenía una vocación docente, pero algo tenía que proponer que les faltara. Soy una suerte de autodidacta, terminé el sexto grado a duras penas”, recuerda con picardía. Los primeros tiempos fueron a voluntad, "por amor al arte": debió pasar una década para que su trabajo fuera remunerado.

“Había mucha demanda con esta disciplina porque el último antecedente había sido en épocas de Onganía. Entre esas casi 400 personas cayó una que alguna vez había hecho expresión corporal, entonces la nombré profesora de expresión corporal; después cayó otro que sabía el método Strauss, y le dije que iba a enseñar la sensorialidad en el teatro. No sé, empecé a inventar para aliviarme y poder dar respuesta”, contó Barruti alguna vez en una entrevista.

Muñecos y objetos en exposición dentro del teatro

Después de un mes a la deriva, el taller obtuvo permiso para trabajar en una construcción de 10 entre 54 y 55. Rastelli le dio la llave de esa casa aunque le dijo que la estaban por tirar abajo.

-Arréglense cómo puedan ahí, hasta que consigamos otro espacio.

Cuando abrieron una puerta, la primera sensación fue la de salir corriendo: las pulgas subían por las piernas. “Pero aunque estaba lleno de ratas, en ese momento supe que nunca más me iba a ir de acá, a no ser que viniera la Gendarmería”, cuenta Barruti, de una memoria prodigiosa.  

Después de idas y vueltas, con el grupo armaron un proyecto para restaurar la casa. En la actual sala principal había tres metros de montañas de escombros, el sótano tenía agua hasta la cintura. Entonces Barruti diseñó una suerte de política de toma. “Acá nos tenemos que quedar a vivir. Donde salgamos de acá, no entramos más”, les dijo a sus compañeros.

Una de las postales de la casa en ruinas, a punto de ser demolida

Le molesta que lo nombren como el único creador del espacio teatral. “Con los más vagos, por supuesto, los que no estudian, los más atorrantes, los que se fumaban un porrito en el fondo, con ésos fundamos este taller, porque eran los que seguramente me iban a acompañar en una cosa tan utópica. Así también evitaban estudiar y trabajar con alguna excusa. Los más vagos para mí son una cosa buena. Cultivo el atorrantismo, como diría Roberto Arlt. Además, nunca tuve el componente ideológico como para decir ‘voy a fundar algo’. Ahora sé bien quiénes fundaron esto: no soy yo, son quienes me acompañaron”.

Una postal de los primeros años del Taller

Pablo Pawlowicz, director ejecutivo del Taller de Teatro de la UNLP y uno de los que persiste en el grupo desde los tiempos fundacionales, describe que los géneros clásicos de la sala son el sainete, el grotesco y el melodrama. “El teatro siempre está más cerca de la tragedia porque puede indagar acerca del hombre. La cercanía con la muerte es central. Es que el espacio mismo donde trabajamos es un espacio muerto, si se quiere, que sólo toma vida cuando los cuerpos lo invaden”, define Barruti, que dirigió en esa sala producciones como “El Proceso”, de Kafka; “Rápido Nocturno, Aire de Foxtrot”, de Mauricio Kartún; adaptaciones de textos de García Márquez, Alejo Carpentier y Augusto Roa Bastos; y obras más minimalista como “El dragón de fuego”, de Roma Mahieu, que se presentaron en la sala acondicionada en el sótano, lugar reservado para actividades más íntimas y menos numerosas. 

Pero la memoria del público está en otras obras: “El conventillo de la paloma”, de Alberto Vacarezza; “Babilonia” -una hora entre criados-, de Armando Discépolo; “El Organito”, de Armando y Enrique S. Discépolo; y “La Nona”, de Roberto Cossa -con estreno en la Comedia de la Provincia de Buenos Aires, y presentaciones en el Teatro Nacional Cervantes y en el Centro Cultural Haroldo Conti, Ex-Esma-. En dichas funciones participaron decenas de actores amateurs como también profesionales, como los ya fallecidos Roberto Conte y Nico Strático. Hoy, “La Nona” volvió a estar en cartel: es la única obra que presenta el Taller, con entrada libre y gratuita los sábados a las 21, después de la pandemia. Es otra tradición histórica del lugar: no cobrar entrada por los espectáculos propios, que suelen tener reserva anticipada y darse a sala llena. Los espectadores pueden llevar una leche larga vida, como donación opcional; el Taller luego las reparte a comedores de la zona.

Otro punto neurálgico es el ciclo ´Los clásicos en cartel, las escuelas al teatro”, donde recibimos a niños y jóvenes de colegios para encontrarse con nuestro teatro nacional. No vienen solamente de La Plata sino también de  Berazategui, Lomas de Zamora, Punta Indio. Creemos que la mayoría de esos pibes nunca pisaron la vereda de un teatro, así que desde que entran se arma un recorrido por la sala, presencian la obra y luego organizamos una charla. Por último, caminan por la escenografía y la sala de vestuario. Hoy somos de los pocos teatros de producción que quedaron en el país”, explica Pablo Pawlowicz, dando cuenta de un documental realizado por el Taller y subido a su canal de You Tube sobre una experiencia con los chicos durante 2019.

En la pandemia aprovecharon para hacer refacciones en el edificio. La primera actividad que promocionaron públicamente fue un curso sobre el cine de Stanley Kubrick. Hoy también hay espectáculos musicales y obras de elencos del interior cada ciertos fin de semana. Más allá de la pertenencia a la UNLP, Pawlowicz enfatiza que el teatro tiene socios activos y protectores, contenidos en la “Asociación Amigos del Taller de Teatro de la Universidad Nacional de La Plata”. Así se define la misma: “Un espacio de la comunidad, hecho por y para la comunidad, que busca tener presencia en el campo cultural, artístico y político de la ciudad. Por eso, hacemos obras que de algún modo muevan un poco el pensamiento, el sentimiento”.

En los pasillos se respira un aire de antaño

Gran cantidad de utilería como vajilla, cristalería, platería, candelabros, centros de mesa, muebles, lámparas, sillas, teléfonos, televisores y materiales de época fueron recolectados durante años por la Asociación. Son cerca de 7.000 objetos que rodean mágicamente los espacios de la casona. En el primer piso, bajo un pregnante clima de casa de antiguedades, existe una colección de alrededor de 5.000 distintas prendas que van desde trajes, polleras, sacos, zapatos, sombreros y accesorios para la confección de distintos personajes. 

En la actualidad Barruti es reconocido como uno de los directores con mayor prestigio en la puesta en escena de los géneros populares argentinos. Desde siempre, en el taller cultivó un principio: formar elencos a partir de convocatorias públicas. Así, dado la gran cantidad de actores que suelen requerir las obras a las que elige en los montajes, por el escenario pasan desde niños a ancianos, gente que nunca había presenciado una función teatral hasta actores de fuste, y  profesionales de otras carreras hasta diletantes de la cultura, como ocurrió durante años con “El Proceso”, de Franz Kafka, una adaptación en la que Barruti diseñó una estructura circular en la que el personaje principal, “Josef K.”, permanecía oprimido como en un laberinto. 

"El Proceso", de Kafka, en una función de 2006

Formado con el uruguayo Alberto Mediza, fue de joven que Barruti empezó a estudiar la época de oro del teatro argentino, de 1905 hasta los ’40, allí donde se encuentran los grotescos y los sainetes. Con Leonardo Favio luego descubrió el melodrama. “Todas mis obras tienen al menos un pasaje de melodrama y uno de grotesco. Esa es una cuestión arbitraria, de gustos y empatías -explicó en una charla,  hace unos años-. Los tres géneros siempre te sacan alguna lagrimita o alguna sonrisa, los gestos humanos. Van directo, sin prejuicio, al sentimiento de la platea. García Márquez una vez entrevistó a Cañet, el autor cubano de El derecho de nacer, la obra más fantástica y exitosa en la historia del melodrama. Le preguntó a qué se debía el éxito de la obra y el autor respondió: ‘En Latinoamérica la gente necesita llorar. Yo le doy la excusa’. Son lágrimas que liberan, que expían culpas. No imagino a un chico norteamericano llorando con un melodrama, pero sí a cualquier latinoamericano. Son más de 500 años de sometimiento. Esas lágrimas son una cosa buena, como la risa”.

Dentro de la casona de calle 10 se esconde otra joya: la Biblioteca Popular Teatral de La Plata “Alberto Mediza”, nombrada en homenaje al creador uruguayo.  Única en la región, cuenta con más de 30.000 textos relacionados con la actividad teatral. En 1998 la Biblioteca se constituyó como Asociación Civil sin Fines de Lucro y tres años después  el C.E.L.C.I.T. (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral), a través de su director en Argentina, Carlos Ianni, dejó a su resguardo la biblioteca, hemeroteca y videoteca de dicha institución. Fue después enriquecida por donaciones realizadas por Juan Carlos Gené, Cipe Linkovsky, Roberto Conte, Nico Strático, Zully Moreno, Grupo Teatral Terrafirme (Moreno), Hebe y María Teresa Barruti. El fondo patrimonial de la Biblioteca también tiene un importante archivo audiovisual y discográfico y más de 2000 revistas, como La Escena, Bambalinas, Argentores, Talía y otras del período teatral argentino que abarca los años 1910 a 1940, además de otros materiales únicos de edición anterior a 1950, agrupados en la colección “Archivo de la Biblioteca”.

La Biblioteca es otra joya dentro de la casona

El espacio, aunque conserva un aire de antaño, ciertamente arrabalero con objetos en exposición en los pasillos, está en permanente movimiento. Hace unos años, la Universidad Nacional de Plata completó trabajos de remodelación y ampliación de la antigua casona. Se construyó, en efecto,  un “pequeño hotel” de 90 metros cuadrados para dar alojamiento a actores invitados y compañías.  Además, con capacidad para más de 80 espectadores, se reforrmó una platea bajo una estructura móvil que puede adaptarse y variar su ubicación, según el requerimiento de los distintos espectáculos que se presenten en la sala. En ese sentido, las nuevas butacas pertenecían al histórico Salón de Actos del Colegio Nacional de la UNLP, y fueron retapizadas por la cooperativa “Las Termitas”.

Vicente Zito Lema siempre fue un asiduo concurrente

Con tantos años recibiendo gente que arribó hasta de otros países, Mariela Mirc destaca la faceta experimental del Taller, tanto en la producción de espectáculos como en el asesoramiento a otros grupos. También refiere la notable cantidad de charlas y seminarios que se dieron en el lugar, con visitas de Vicente Zito Lema, Mauricio Kartun, Roberto "Tito"  Cossa y con presentaciones de libros, revistas y producciones de colectivos de la cultura platense.

A lo largo de su prolífica trayectoria, el Taller de Teatro de la UNLP ha recibido numerosos premios y distinciones, como el Cóndor -1994 Obra: “El Dictamundo”/1995 - Dirección y Puesta en Escena – Obra: “El Proceso”-,  Estrella de Mar -1997 - Revelación – Obra: “El Clásico Binomio”, Pepino el 88 -1997 - Dirección-Obra: “La Cocina”/ 2001- Actuación: Nico Strático por el personaje “Don Miguel, el encargado”-, y varias distinciones como director a Norberto Barruti como el Premio Podestá a la Trayectoria -Asociación Argentina de Actores y Honorable Senado de la Nación – Buenos Aires, 2015-.

Parte del equipo actual del Taller

Hoy, con un equipo estable de quince personas encargadas de la dirección, la gestión, la técnica, el mantenimiento, la comunicación, la escenografía, el maquillaje y la utilería, el Taller de Teatro de la Universidad sigue siendo no sólo un lugar para ir a ver teatro; es, más bien, un refugio del arte en el pulmón de la ciudad, un bastión cultural que nació en una casona que iba a ser demolida y que, después de tres décadas, se erige como un espacio clásico y moderno, de activa participación comunitaria y bajo el amparo de la tradición universitaria.