Hubo una vez que la Colonia Justo José de Urquiza -el por qué del homenaje al militar y gobernador de Entre Ríos es un misterio para los historiadores- fue territorio de dos terratenientes europeos: el holandés Guillermo Decker y el inglés John Hay, que vendieron sus hectáreas a finales de la década del cuarenta cuando el Gobierno de Juan Domingo Perón aplicó la Ley de Nacionalización de grandes latifundios. De esta manera comenzaron a instalarse los primeros inmigrantes italianos, españoles y portugueses. En 1961 llegaron los primeros japoneses.
En su libro "Algunas voces, mucha tradición: pasado y presente de la comunidad japonesa de Colonia Justo José de Urquiza", las autoras Irene Cafiero y Estela Cerono detallan el rol protagónico que tuvo Nakashima Tyoichiro cuando a principios de los años sesenta recorrió parte del Gran Buenos Aires con la misión de encontrar el lugar ideal para sus compatriotas. "Después de la Segunda Guerra Mundial hubo comisionados que llegaron a la Argentina y otros lugares para ver dónde podría venir la población japonesa, en medio de una crisis y la hambruna que había en Japón. Aquellos que habían estudiado y tenían conocimientos de agricultura trataban de ubicarlos acá. Había muchas campañas en Japón para venir a Sudamérica, y lo que pasaba era que en Brasil, Perú, Bolivia y otras partes de nuestro continente perseguían a los japoneses porque los veían como espías; Argentina estuvo más neutral en ese sentido y por eso acá los japoneses no sufrieron persecuciones ni expropiación de tierras", cuenta Cafiero.
"Muchos vinieron a Paraguay pero el problema fue que las tierras que les dieron tenían mucha piedra. Con esfuerzo, algunos lograron instalarse y quedarse pero otros fueron llamados por paisanos de Argentina y terminaron viniendo a la provincia de Buenos Aires, muchos de ellos a Colonia Urquiza. Hubo distintas corrientes migratorias, algunos de Brasil, otros de Paraguay -principalmente-, y otros de la misma provincia de Buenos Aires", detalla la historiadora.
Lo que ocurrió con nuestro suelo es que era el más apto para la labor que buscaban: "Acá tiraban cualquier cosa y prendía y crecía", define Cafiero. Para esa época, Colonia Urquiza era un enorme descampado al que no se le conocían los límites. "A diferencia de Japón, en donde había casas, luz, servicios, acá tuvieron que empezar de cero: se ayudaban para armar todo, incluso económicamente, por eso aplicaron un formato llamado tanomoshi, que consiste en juntar un dinero para alguien y en seguir pagando para que luego le toque a otro, y así. De esa manera compraban semillas y todo lo necesario para labrar el campo. Las primeras casas fueron las del Consejo Agrario y muchas otras fueron recibidas por los italianos, españoles y portugueses", explica la especialista.
Cuando los japoneses sembraban algo, prendía y era bueno, enseguida lo compartían entre todos y así progresaban en conjunto. Ese fue siempre el espíritu de quienes por ejemplo trajeron uvas sin semillas y las multiplicaron en la comunidad. Con la ayuda de instituciones y organismos de varias ciudades como Kioto, entre otras, hombres y mujeres emigraron hacia nuestro país y así se consolidaron las primeras familias. En la actualidad hay abuelos de 80 y 90 años que son sobrevivientes de esa camada: son los issei, o sea, primera generación. Según cuenta Irene Cafiero, "esta generación es la que mantiene por el ámbito rural mucha parte cultural y costumbres muy arraigadas traídas tras la Segunda Guerra: la forma de cocinar, el idioma más arcaico, y demás". También están los nisei -segunda generación- y los sansei -tercera-. Se calcula que en Argentina, entre los que vinieron a instalarse y sus descendientes, existen alrededor de 40 mil individuos. De esos, la mayoría proviene de Okinawa, aunque Colonia Urquiza es la excepción: hay solo dos familias okinawenses. El resto son de las prefecturas de Hiroshima, Nagasaki, Fukuoka, Kōbe, y otros pueblos.
Entre 2001 y 2002 la Asociación Japonesa de La Plata realizó un censo para conocer con exactitud la cantidad de asociados y así establecieron que había poco más de 110 familias, o sea un total de 500 individuos. Por estos días están repitiendo el trabajo: estiman que existen alrededor de 200 familias, por ende hablan de poco más de 600 personas.
Hace poco fallecieron en Colonia Urquiza dos sobrevivientes de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Irene Cafiero hace una pausa para recordar uno de los momentos más fuertes de su trabajo como investigadora y estudiosa de la colectividad, cuando antes de la pandemia entrevistó a una de esas personas: "Yamago vio caer la bomba sobre Nagasaki, tenía 15 años y estaba trabajando en la montaña del valle con sus compañeros. Por entonces ya no se estudiaba: o estaban en la fábrica de armas o ayudando en la tierra. Y cuando bajó a la ciudad era un desastre. Mucho tiempo después, él mismo se hacía acupuntura para contrarrestar la leucemia y las enfermedades que fueron apareciendo con el correr de los años. Sus hijos viven actualmente en Colonia Urquiza".
Los japoneses y sus descendientes que viven en esta zona de La Plata son en mayor medida viveristas y floricultores. Quienes los conocen, con mucho respeto se animan a calificarlos como "cerrados, en líneas generales". Cafiero refuerza esta idea, aunque aclara que ya no es tanto como antes: "Es difícil entrarles, la primera impresión es esa. La segunda generación es la que más tuvo intercambio con la sociedad porque son los nacidos acá, entonces tuvieron que estudiar y relacionarse con los platenses en temas de mercado y comercialización; están más aggiornados y son los que intentaron con el Bon Odori abrir la comunidad". "Ellos son los que convencieron a la primera generación de ir abriéndose. Todavía la primera generación es muy cerrada porque quiere que las costumbres y todo lo que trajeron desde Japón se siga resguardando, entonces hay ciertos choques entre ellos. Por otra parte, la tercera generación es mucho más abierta, y es a la vez la que investiga y busca el origen de la colectividad en La Plata; valoran a sus abuelos, van a las competencias de canto, estudian la oratoria. A pesar de ser la generación más argentina, es la que mantiene y conserva e intenta conocer cuáles son sus orígenes", agrega.
Los primeros japoneses que se instalaron en Colonia Urquiza en la década del sesenta sufrieron mucho y eso explica su hermetismo, que nada tiene que ver con una cuestión de desconfianza hacia los platenses: "A la crisis que atravesaron en Japón después de la guerra se le sumaron los avatares económicos de acá y los problemas del día a día. Muchas veces cuando han pedido ayuda no los han atendido, entonces eso explica un poco ese descreimiento. Por ejemplo, ellos lucharon mucho para hacer las calles, siempre pagaron sus impuestos y el Estado no los ayudó, entonces aparecen estas cuestiones", explica Cafiero.
Hoy en día Colonia Urquiza es la colonia japonesa más numerosa en comparación a otras en la provincia de Buenos Aires. Todavía se mantiene la endogamia, es decir que siguen casándose entre descendientes. "Pero empiezan a abrirse un poquito", insiste la historiadora nacida en La Plata que está casada con un japonés que es nisei e hijo mayor. Gracias al amor y la pasión que siente por lo japonés, ella fue ganándose su lugar y logró ocupar puestos muy importantes en la comunidad, como por ejemplo en la presidencia de la Asociación de Mujeres Fujimbu. "Yo estudio mucho y me atrapa tanto que me hacen sentir parte", cuenta con alegría.
DEL MATSURI DE 1965 AL BON ODORI DE 1999
Cuando los japoneses llegaron a Colonia Urquiza, de manera regular mantuvieron ciertas tradiciones culturales que en principio llevaron a cabo entre ellos. Hacían teatro estilo kabuki en Abasto, pasaban films y de vez en cuando organizaban algún festival que ellos llaman matsuri. Uno de los primeros fue en 1965 en el campo de Nita, al aire libre y con nada alrededor, solamente ellos vestidos con sus trajes y rituales típicos. Hay un registro fotográfico de ese momento que Irene muestra contenta.
En 1969 se fundó la primera Escuela Japonesa y el establecimiento actual se inauguró más de 20 años después, en la década del noventa. Esto último se produjo tras la fusión de otras cinco colonias con el objetivo de centralizar y fortalecer la enseñanza de lo japonés en una única institución. Así nació la Escuela Japonesa La Plata Nihongo Gakko, que tiene un rol central en la organización del Bon Odori.
"Hubo una época en que las escuelas de las diferentes colonias tenían cada vez menos alumnos, entonces se pusieron de acuerdo entre todos para decir 'bueno, tenemos que mantener nuestro idioma, nuestras costumbres ¿Qué hacemos? Fundemos una única escuela que nuclee a todas y le ponemos todas las fichas; que vengan voluntarios, que se perfeccionen docentes en Japón, que se consigan materiales y en definitiva que esta escuela adquiera más fuerza'", describe Irene a modo de introducción del nacimiento del festival que es consecuencia de esta institución: el Bon Odori: "¿Cómo mantener esta escuela si no tiene subsidio del Estado? Japón ayuda con materiales pero no es mucho dinero, entonces se les ocurrió organizar en 1999 un Bon Odori para subvencionar a la Escuela Japonesa".
Edición tras edición, el Bon Odori es cada vez más concurrido -llegaron a presenciarlo en el predio de 186 y 482 alrededor de 20 mil personas en una jornada- y eso despertó el interés de los canales de televisión de Tokyo. "Hace algunos años atrás vino un canal japonés porque no podían entender cómo se reunían en un campo miles de personas. Vinieron a hacer notas y hasta regalaron viajes a Japón. Llegaron a decir -y por eso nos enorgullecemos también- que fuera de Japón es el festival más grande", cuenta la investigadora.
En la celebración todos se involucran en una jornada llena de música, luces y mucho color en un enorme predio de dos hectáreas que congrega las más variadas muestras de la cultura oriental. El evento fue declarado de interés provincial y municipal hace más de una década y engloba año tras año una mística que para muchos es indescifrable. "En realidad no sé bien cuál es el secreto; es un conjunto de cosas. Creo que la clave es mantener toda nuestra cultura, que está cada vez más arraigada", le dijo a 0221.com.ar previo a la última edición Víctor Mizuta, miembro de la colectividad japonesa y organizador del Bon Odori. "Tratamos de mantener toda nuestra cultura y costumbres, al igual que en la comida: todos los productos son japoneses y tienen prioridad", agregó.
La organización corre por cuenta de la comisión directiva de la escuela, integrada tan solo por 10 personas -padres y madres de los alumnos- que tienen un mandato exclusivo de un año. "Toda la organización se va transmitiendo año a año a pesar de que las personas sean distintas. Esa esencia es la que va quedando", describen. Esa comisión a la vez se divide en 25 áreas, cada una con un encargado y responsable que se ocupa específicamente de todos los aspectos que hacen al evento: comida, sonido, luces, estacionamiento, trámites, seguridad, logística y demás. Ya desde mayo se comienza a gestionar todo: desde la diagramación de los espectáculos hasta la compra de productos comestibles y los permisos que hay que tramitar con la Municipalidad.
"Para explicar el éxito del festival, creo que primero a la gente le atrae lo exótico, y después fue importante la moda que hubo acá del sushi, de lo japonés. Entonces los platenses -y después en Buenos Aires- veían que se hacía mucha propaganda -ahora ya no se hace tanto- y querían saber más de la comunidad, entonces ellos son los que preguntan, sumados a los descendientes, que también quieren saber. Allá en Japón se realizan Bon Odori cercanos a fechas especiales, como los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Acá se hace en enero y no tiene que ver con una fecha puntual: es fin de la cosecha, estamos más tranquilos, después de año nuevo. Y con el tiempo fueron agregando actividades que tienen que ver con las costumbres y cultura japonesas, como escribir con tinta los nombres en japonés, el idioma, la comida, el animé, karate y más. Hubo un año en que vino gente de Brasil y Paraguay, por ejemplo", cuenta Irene.
"Hay un departamento de canto, de odori, de mujeres, de hombres, de tenis de mesa, de baseball; todos ayudan, y es ad honorem. El viernes vamos todos a cortar cebollas, morrones, se guardan en heladeras en camiones y al otro día van otros temprano a cocinar. Luego, al día siguiente del Bon Odori hay que desarmar, y cada uno seguirá trabajando en lo suyo", detalla la historiadora que ya está preparada para revivir esta experiencia única tras más de dos años de puertas cerradas. La cita está hecha para el sábado 25 de febrero de 2023 y como es costumbre, ya está todo calculado, sin ningún detalle librado al azar.
Tal vez así lo imaginaron los primeros japoneses que pisaron La Plata, hace más de sesenta años.