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Mil Casas: mitos y leyendas de un barrio para obreros hecho por descendientes de un virrey

Mil Casas: mitos y leyendas de un barrio para obreros hecho por descendientes de un virrey

Fue proyectado para alojar trabajadores que llegaban para construir la nueva capital. Presente y pasado de un lugar emblemático que pelea contra el olvido 

Sobre el muro, junto al ventanal del taller de compostura de calzado, hay un letrero sostenido por cinco clavos oxidados que dice: "Barrio Las Mil Casas. Patrimonio arquitectónico urbanístico de la ciudad". Dentro del local, Alberto Boyard se empeña, con sus 87 años, en recrear una rutina que conoce de toda la vida. Concentrado frente a una Singer centenaria con la que ha reparado miles de suelas el hombre ofrece una imagen que parece detenida en el tiempo.

Es la esquina de 523 y 4, en el barrio conocido como “Mil Casas” de Tolosa, un complejo de viviendas para alojar a los obreros que llegaban a borbotones para sumarse a la construcción de la flamante capital bonaerense fundada el 19 de noviembre de 1882. La ausencia de antecedentes conocidos consolidó la idea de que se trata del primer barrio obrero de Sudamérica, un emprendimiento pensado para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores que, hasta entonces, se hacinaban en los conventillos.

Pese al nombre con el que se conoce al barrio, lo cierto es que sólo se alcanzó a completar un bloque de dos manzanas ubicadas entre las calles 3 y 4 de 522 a 524 diseccionadas por estrechos callejones o pasajes internos con un total de 216 viviendas, aunque no todas pudieron terminarse para ser ocupadas.

La placa que da cuenta de la distinción patrimonial por parte del municipio fue colocada en septiembre de 1999 luego de que el Concejo Deliberante aprobara la ordenanza N° 8920; para entonces sólo quedaban en pie un puñado de las casas originales. Aún así, el deterioro y la alteración de los rasgos de las viviendas no se detuvo. 

REFORMAS Y TRANSFORMACIONES

Ajeno a las mutaciones que se registran a su alrededor, el taller en el que trabaja Boyard está en uno de los pocos edificios que conserva sus características primigenias, aunque  sus muros y ornamentos exhiben el castigo del paso del tiempo y la falta de inversión. El zapatero cuenta que antes funcionaba allí el almacén de Ramos Generales de José Tau, que era el padre de su esposa. Sus recuerdos se remontan a épocas de tranvías y calles de tierra, cuando el pan y la verdura se vendían en carro y las compras del día se anotaban en la libreta y se pagaban al cobrar la mensualidad. 

“Cuando mis abuelos se mudaron al barrio, en la década de 1940, la casa ya estaba reformada; ellos le hicieron nuevos cambios y luego, cuando se instalaron mis padres también hubo refacciones. Cuando me instalé con mi familia volvimos a hacer algunas modificaciones. Así, de la estructura original de la casa ya no queda prácticamente nada”, relata Betiana Villamarín, que vive en uno de los pasajes de la manzana de 524. Su testimonio sirve para comprender la profundidad de las alteraciones sufridas por la mayoría de las casas del barrio.

Cerca de ahí está el hogar de los Lucero, un apellido muy conocido en la zona. Juan Alberto Lucero pasó de disc-jockey de las fiestas en los 70 a presidir el club Social y Cultural Villa Rivera, ubicado en la esquina de 3 y 522. Su hijo Juan Pablo, que lo reemplazó en la conducción de la entidad, organiza desde hace más de quince años la actividad boxística, una marca registrada. Juampi, como todos lo conocen, tiene planes para intentar poner en orden los papeles y levantar el club de su letargo. Entre otras cosas, sueña con transformar la vieja biblioteca que, según los vecinos llegó a reunir 10 mil libros, en un espacio literario abierto al público con una confitería que dé a la calle. 

En su largo derrotero las Mil Casas han cosechado mitos y leyendas como la que recuerda a algunos temibles malevos de principios de siglo; o la que habla sobre la presencia del “fantasma de la calle 1” cuyo resplandor se veía desde el barrio; o los cambios culturales que transformaron el lugar otrora famoso por las fiestas del club, donde muchos vecinos forjaron sus primeras relaciones sentimentales en un epicentro de la movida de candombe que tiene hoy como evento principal el desfile de decenas de murgas que cada 25 de mayo inundan el lugar con el ritmo cadencioso de los tambores.

CASAS PARA OBREROS

Todo comenzó cuando La Plata era apenas un cuadrado amojonado en medio de una llanura deprimida, donde todo estaba por hacerse. El escenario fundacional de la ciudad, surgida de un plano e impulsada por las urgencias políticas, dio lugar a un ritmo de poblamiento inusualmente vertiginoso que encendió la mecha de este desarrollo inmobiliario y rentístico próximo a un lugar que se había vuelto estratégico: la estación de trenes de Tolosa que -inaugurada en 1883- llevaba el nombre de “La Plata” y oficiaba como terminal y principal puerta de acceso a la metrópoli en ciernes; un “puerto seco”, en definitiva, al que arribaban los insumos requeridos para las obras de palacios y monumentos. 

En esa zona se asentaron los primeros establecimientos fabriles, corralones y hornos de ladrillos y se desarrolló la explotación de canteras lo que, a su vez, impulsó la radicación de obreros y un incipiente desarrollo comercial. Cuentan los historiadores que en esos días el gobernador Dardo Rocha montó su cuartel general en las instalaciones del Hotel Ginebra de Tolosa (1 y 529), donde mantenía reuniones con ingenieros, arquitectos, agrimensores y otros colaboradores abocados a la construcción de la ciudad, así como inversores y contratistas que le llevaban todo tipo de ideas y propuestas para la nueva urbe. 

En ese contexto se inscribe el origen del proyecto ideado por el jurista, legislador, periodista y, por entonces, titular de la Cámara Comercial de la provincia de Buenos Aires, Juan de la Barra. El empresario estaba casado con su sobrina, Emma de la Barra -hija de su hermano Federico-, 38 años menor que él. Era una mujer muy relacionada con el mundo cultural de Buenos Aires que, a poco de la puesta en marcha del barrio, se convirtió en su más ferviente promotora asumiendo, incluso, la responsabilidad de su administración ante la avanzada edad de su marido. 

Los de la Barra descendían del linaje del virrey Juan José de Vertíz y mantenían una muy activa vida social con trato muy cercano con figuras como Mitre, Avellaneda, Roca y el propio Rocha, entre otros de las familias patricias vinculadas con el poder político de la época. 

Los emprendedores contaron con la ventaja de acceder a un loteo de tierras públicas de bajísimo valor en un sitio que, poco después, se convirtió en privilegiado; así como al beneficio de un crédito gestionado por un pariente que integraba la conducción del Banco Hipotecario Provincial. 

La iniciativa “carecía de antecedentes materializados por la esfera privada en nuestro país”, tal como señala el historiador del CONICET, Gustavo Vallejo, en la publicación “Especulación y utopía en un barrio obrero en tiempos fundacionales de La Plata”. Vallejo, que también es arquitecto y se ha ocupado de reconstruir el derrotero del barrio, está convencido de que no fue casual que el proyecto inmobiliario se concibiera justo frente al predio donde, poco después, se construirían los talleres del Ferrocarril Oeste. Es una sospecha que comparte con otros investigadores. 

Alberto Antonini, nacido y criado en las Mil Casas y dedicado investigador de la historia local, aporta un dato que parece más preciso: los de la Barra sabían que el ingeniero Otto Krause había viajado a Europa para recorrer talleres ferroviarios y luego poder construir en Tolosa una de las más grandes instalaciones ferroviarias del país.

Los talleres edificados por Krause, en rigor, contaban con más de 22 mil metros cuadrados. Según los registros disponibles, esa obra fue la más cara de todas las realizadas para la fundación duplicando incluso el monto destinado a otros sitios importantes como la Casa de Justicia, la Legislatura o la Municipalidad. Desde su inauguración, en agosto de 1887, los talleres dieron trabajo a unos 800 empleados recién llegados a la ciudad. 

A primera vista el desarrollo de las Mil Casas fue pensado como un pingüe negocio a partir de una demanda asegurada de inquilinos. Contaba con grandes posibilidades de expansión y el diseño de su trazado respondía a una corriente venida de Europa que promovía mejorar las condiciones de salubridad existente en los tradicionales “conventillos”, así como el establecimiento de comunidades de obreros próximas a sus lugares de trabajo. 

Curiosamente, nadie sabe a ciencia cierta cuándo se construyó el complejo. Del censo de población realizado en 1884 surge que en Tolosa -que había nacido en 1871 de un loteo para familias que buscaban escapar a la fiebre amarilla en Buenos Aires- sólo existían 119 casas de familia y apenas 20 de inquilinato, lo que permite suponer que por entonces el barrio no se había desarrollado. 

A falta de otras fuentes documentales, los investigadores especulan que el barrio -que nunca fue inaugurado formalmente- habría comenzado a construirse entre 1886 y 1888. En ese tiempo ya había empezado a funcionar muy cerca de allí el molino “La Julia”, fundado por Pedro Nocetti, José Benito y Juan Rivera; un establecimiento que abarcaba una manzana entera (entre 4 y 5 y 526 y 527) y proveía panificados para distintos puntos del país, en el que llegaron a trabajar unos 130 empleados, los que en su mayoría alquilaban en las Mil Casas.

Las viviendas construidas tenían tres habitaciones simétricas destinadas al alquiler individual sobre parcelas de 7 por 18 metros siguiendo la tradicional disposición de la “casa chorizo” y un pequeño patio común con aljibe. Si bien la mayoría de las edificaciones eran de techos bajos, en las esquinas se previó la instalación de comercios con sótano, depósito y un local a la calle, además de un piso superior con destino de vivienda. El conjunto de casas con fachada continua sobre la línea municipal, sin jardín en el frente, rompía las características eminentemente rurales de la zona. Las casas podían alquilarse a familias o bien por pieza.

Para Vallejo en el arrendamiento por piezas de las viviendas del complejo permite encontrar el sentido de la denominación que recibió el barrio.  En el citado trabajo del investigador se destaca el registro de una inspección municipal de higiene realizada en 1896, que da cuenta de la presencia de unos 500 residentes pertenecientes a 80 familias.

Antonini, por su parte, considera que “se fue instalando la idea de que eran como mil casas a partir de la imagen que daba el caserío en medio del descampado”.  Alberto, de 77 años, recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes para desarrollar en 2013 un minucioso estudio sobre el barrio que fue declarado de interés por la Legislatura bonaerense. Su padre, Luis Andrés Antonini, fue el primer delegado municipal de Tolosa. Ambos son muy recordados por su labor en favor del barrio aunque también por haber tenido durante algún tiempo dos pumas como mascotas.

MUDANZA Y DECLINACIÓN

Todo parecía marchar sobre rieles hasta que, sobre el final de la gobernación de Máximo Paz (1887-1890) se decidió la “enajenación” del servicio ferroviario, mediante la cual se cedió a privados la explotación del tendido que llegaba hasta Tolosa. La concesión fue otorgada a la firma Ferrocarril del Oeste que, poco tiempo después, la transfirió a Ferrocarril del Sud -luego línea Roca-, operada por capitales ingleses. 

Para entonces, se había construido en el barrio una escuela primaria, un teatro y una capilla y se proponía fundar una biblioteca con la decisiva intervención de Emma de la Barra, que adquirió el rol de una verdadera educadora comunitaria. Sin embargo, sus gestiones para fundar una fábrica de tejidos de yute y arpillera y habilitar un predio como granja modelo, pensados como alternativas laborales frente a la decaída actividad en los talleres, fue desestimada por las autoridades que denegaron su pedido para adquirir nuevos lotes. 

La crisis de 1890 y la fuerte huelga registrada en 1897 en los talleres ferroviarios parecieron sellar la suerte del barrio para obreros. Para 1904, cuando falleció Juan de la Barra, muchas de las viviendas de las Mil Casas estaban deshabitadas. El golpe de gracia se produjo al año siguiente cuando, tras ver frustrada la posibilidad de acceder a una concesión del puerto local, la firma Ferrocarril del Sud dispuso el traslado del grueso de la actividad de los talleres de Tolosa -principal fuente laboral de la zona- a galpones ubicados Liniers y Remedios de Escalada, lo que provocó el éxodo de la mayoría de los trabajadores. 

Con la mayoría de las casas abandonadas, la familia de la Barra perdió la propiedad por no poder hacer frente al pago de las cuotas del préstamo otorgado. Emma se refugió en la literatura y en el amor de una nueva pareja que formó con el periodista y político autonomista Julio Llanos. Eludiendo los prejuicios, la mujer publicó bajo el seudónimo de César Duayén la novela Stella (editada por Casa Maucci Hermanos en 1905), considerada como el primer best seller argentino, que le permitió recuperar una parte de la fortuna perdida en la aventura tolosana.

El barrio las Mil Casas entró entonces en un cono de sombras y muchas de las viviendas -algunas se hallaban aún semiconstruidas- quedaron deshabitadas y fueron usadas como refugio por personas indigentes. Fue una etapa de mala fama en la que se asoció el lugar con compadritos y malvivientes. 

En 1910, tras la liquidación del Banco Hipotecario Provincial, el predio pasó a propiedad del Banco Español que sacó a remate las viviendas a pagar en cuotas muy accesibles. En el barrio muchas casas comenzaron a ser refaccionadas por nuevos propietarios en busca de confort, lo que comenzó a alterar la estructura original de las viviendas. En su mayoría fueron adquiridas por inversores que las pusieron en alquiler. Aquel resurgimiento no duró y pronto el lugar volvió a decaer.

VILLA RIVERA

Durante un tiempo el lugar pasó a ser conocido como Ferrocarril del Sud pero, a partir de 1928, una ordenanza lo rebautizó como Villa Rivera, nombre de una de las familias pioneras, tal como lo recuerda la periodista María Cecilia Urrutia en su libro Tolosa, Voces y Memoria de Villa Rivera (1920 -1970), un proyecto de largo aliento  gestado a partir de testimonios de lugareños. El trabajo, que arrancó en 2001, recién pudo ser editado en 2011.

Otro giro en la historia de las Mil Casas se dio en 1949, durante la intendencia del peronista Vital Bertoldi. Entonces, el municipio gestionó la expropiación de muchas casas del predio que exhibían un estado deplorable, haciendo valer el criterio del uso social de la propiedad privada ociosa. Así, la comuna procuró nuevos inquilinos resolviendo una situación urticante en dos tomas de familias indigentes que soportaban en el corralón municipal (12 y 64) y el viejo mercado (3 y 48).

En junio de 1966 cuando el golpe de Estado encabezado por el general Juan Carlos Onganía derrocó al gobierno del radical Arturo Illia y en La Plata barrió con la administración de Miguel Szelagowski, también sepultó el único intento concreto para intentar proteger lo que quedaba de la fisonomía de las Mil Casas. Las nuevas autoridades mandaron al archivo un proyecto en estudio en el Concejo Deliberante elaborado por el primer delegado de Tolosa, el ya mencionado Luis Antonini que proponía otorgar descuentos en las tasas municipales a aquellos vecinos que conservaran las fachadas originales. 

Pese a que el intendente del PJ Julio Alak impulsó en 1999 la declaración de patrimonio arquitectónico para las Mil Casas, esto no modificó la situación; apenas si se lograron instalar los faroles que simulan ser de la época fundacional. En aquel momento Rubén "Chuby" Leguizamón, oriundo del barrio, era delegado de Tolosa. Hoy se lamenta por no haber conseguido que la designación municipal para el barrio conlleve un compromiso para su preservación. “No logramos una ordenanza que sirva para asegurar el financiamiento necesario para impedir que lo que quedaba en pie pudiera mantenerse”, asegura y recuerda con nostalgia la promesa de Alak de fundar en las Mil Casas un museo histórico, algo que no llegó a concretarse. 

Los vecinos más antiguos de las Mil Casas añoran las épocas en que se podía sacar la silla para tomar mate en la puerta o esas tardes en que la cuadra estaba llena de chicos correteando.

En una de las callejuelas del barrio, un mural descascarado reproduce la imagen de Emma de la Barra y otras personalidades y características del lugar, sin que nadie parezca preocuparse demasiado por su deterioro. Si bien siempre hay quienes trabajan para mantener la memoria, los recuerdos, como las casas, no parecen algo fácil de preservar.