Septiembre es una época especial para los militantes políticos de La Plata. Para los más jóvenes en particular porque el 16 se conmemora “La noche de los lápices”. Para todos, en general, porque dos días después se recuerda a Julio López, quien sobreviviera a los centros clandestinos de la dictadura pero fue secuestrado y desaparecido en democracia, hace 13 años, después de declarar contra el genocida Miguel Etchecolatz.
Este lunes será la marcha de los estudiantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) que recordarán a sus pares perseguido en tiempos de dictadura. El miércoles se volverá a reclamar por el viejo militante peronista cuya desaparición quedó como una de las heridas más profundas de la democracia.
“La noche de los lápices” se conoce de ese modo porque existió un libro y una película que contaron historia. Y fue parte del plan sistemático de desaparición forzada de personas que asoló al país entre 1976 y 1983, pero que comenzó un tiempo antes, cuando operaba la Triple A.
El 16 de septiembre de 1976, grupos de tareas conducidos por el general Ramón Camps secuestraron a Claudia Falcone (16 años), Francisco López Montaner (16 años) -ambos alumnos del Colegio de Bellas Artes-, María Clara Ciocchini (18 años) -ex alumna de la Escuela Normal Superior de Bahía Blanca-, Horacio Ungaro (17 años), Daniel Racero (18 años) -ambos del Normal Nº 3- y Claudio de Acha (18 años) -alumno del Colegio Nacional de la UNLP-.
Todos ellos eran militantes de la UES de origen peronista y ligada a la organización Montoneros. No fueron los únicos: Gustavo Calotti, del Colegio Nacional (UNLP), fue llevado el 8 de septiembre; Víctor Triviño, alumno de la Escuela Media N°2 (“La legión”), el 10 de ese mismo mes. El 17 de septiembre fue el turno de Emilce Moler y Patricia Miranda, ambas de Bellas Artes (UNLP). Y cuatro días después de Pablo Díaz, otro alumno de La Legión.
Pero la lista es extensa en todo el país, donde se calcula que la dictadura secuestró a 340 adolescentes que continúan desaparecidos.
“La dictadura militar tuvo como objetivo desarticular la actividad política y reprimir y exterminar a quienes cuestionaban los ‘fundamentos esenciales de la Nación’. Bajo la palabra ‘subversivo’ se denominaba a todos aquellos considerados enemigos de la Patria, quienes supuestamente alteraban el orden social y contradecían los valores e instituciones de una sociedad estructurada bajo el ideario de las Fuerzas Armadas”, afirma un dossier elaborado por la Comisión Provincial por la Memoria para que el tema sea abordado en las aulas bonaerenses.
En ese trabajo también también se pone en contexto la lucha por el Boleto Escolar Secundario (BES) de la que habían participado los estudiantes un año antes, todavía en democracia pero en un clima creciente de violencia por la presencia de la Triple A, el grupo paramilitar creado por José López Rega, el monje negro detrás del gobierno de María Isabel Martínez de Perón.
En La Plata, gracias a ese reclamo se logró una tarifa diferencial para los secundarios. “Sin embargo, esta no fue la única actividad política que realizaban los militantes secundarios. Tampoco la única movilización ocurrida en ese momento, a pesar de que la fuerte represión se hacía sentir en la ciudad con dramatismo desde hacía tiempo”.
Cuando se produjo el golpe de Estado la violencia se expandió a niveles inimaginables. El plan represivo se extendió a todo el territorio y los secuestros y desapariciones se multiplicaron al compás de la proliferación de los centros clandestinos de detención y tortura.
Seis meses después de la interrupción democrática es que se produjeron los secuestros y las desapariciones de los estudiantes platenses cuya memoria persiste hasta la actualidad como emblema de la militancia social y política juvenil.