—Cuanto más fuego, más nos gusta –dice Marcelo y sonríe. Luego se pasa la mano por la cabeza completamente pelada-. La vocación no se tiene, se hace.
—Cuanto más fuego, más nos gusta –dice Marcelo y sonríe. Luego se pasa la mano por la cabeza completamente pelada-. La vocación no se tiene, se hace.
Mario asiente, tenedor en mano. El aceite burbujea sobre una sartén negra, a punto para la tercera tanda de milanesas. A pocos pasos, Miguel espera frente a la mesa servida: un bowl con arroz hervido, sal, una botella de jugo de manzana, agua, pan y mayonesa. Las voces a veces se pierden entre el ruido de los cubiertos, como casi todos los mediodías. Pero cuando suena la campana, la carne puede quedar a la mitad y los vasos a punto de volcarse. De la larga espera a acción: los bomberos de Melchor Romero se ponen el traje azul de más de 30 kilos en el tiempo que tarda en encenderse el motor de la autobomba y salir a la calle.
La mayor cantidad de designaciones fue para el fuero de Trabajo. La Plata suma nuevos magistrados para paliar las vacantes. Qué dice un sector de la abogacía.
Será la última misa de monseñor Gabriel Mestre en la Arquidiócesis de La Plata antes de asumir como nuevo párroco en la localidad de Mar de Ajó.
Cumpliendo con una lucha vecinal de más de tres décadas, el 3 de mayo se inauguró el cuartel, al fondo de la delegación municipal de 169 entre 518 y 519. El espacio comenzó a reacondicionarse en 2017, cuando el Ejecutivo platense decidió donar los galpones del centro comunal a la Provincia y prácticamente los reconstruyó para los bomberos de la Policía Bonaerense.
“Abnegación, disciplina y valor”, pintaron en una de las paredes de la galería del frente, sobre la casita de madera de la virgen que los custodia. Es que los oficiales enfrentan lo que todos intentan escapar: el fuego, las inundaciones, los impactantes accidentes de tránsito que los dejan cara a cara con la muerte. Las guardias eternas, el estar lejos de la familia, las salidas para bajar gatos o pelotas de los árboles o el regreso en silencio luego de una pérdida.
—Todos los que estamos tomamos la decisión cuando nos uniformamos. Sostenerla todos los días se hace difícil, pero está en esa vocación el hecho de salir adelante, aunque nos choquemos con una realidad que muchas veces es violenta –expresa Miguel, cruzado de brazos sobre el deck de la entrada, donde suelen repiquetear las botas antes de salir a cubrir una emergencia.
El sentimiento de familia arraigado en el cuartel se traslada a los operativos: si entran cinco, salen los cinco.
EL LÍDER
Marcelo Coronel tiene 43 años, hace 23 que empezó a trabajar en la Policía Bonaerense y 10 que ingresó a la Dirección de Bomberos. El primer cuartel que integró fue el de Los Hornos y luego pasó al de Villa Elvira, donde llegó a Segundo Jefe. Sus días arrancan a las 5.15 de la mañana. Con la indumentaria lista, inicia el camino hacia el oeste platense: en 38 o 40 minutos corre los 17 kilómetros que lo distancian de la sede operativa. El jefe -que también dirige la delegación de la región en las pruebas bomberiles internacionales- trata de trasladar esa exigencia al resto del cuerpo para que los efectivos estén siempre activos. Entre ellos aún no se cuenta ninguna mujer.
Uno de los operativos más duros que encabezó fue a mediados de agosto en 184 y 33, donde murieron una joven de 23 años y dos de sus hijitos, de 1 y 3.
—Fue un martes, cuando llegamos el fuego estaba desarrollado, la casa prácticamente consumida en su totalidad. Nos encontramos con esta escena cuando hacíamos las tareas de escombramiento –recuerda el jefe. No alcanzaron a reponerse que recibieron otro golpe. –Al día siguiente, el deceso de dos chicos en 521 y 152. Se quedaron casi toda la noche despiertos, festejando un cumpleaños. En una de las habitaciones había una zapatilla con muchas conexiones y se produjo una sobrecarga. Uno alcanzó a salir, el otro no. El que salió murió a los cinco días. Uno cree que está preparado para afrontar esas situaciones, pero cuesta.
También tiene buenas experiencias, como el rescate de una familia en 34 y 173 luego del desborde del arroyo Rodríguez durante un temporal. Una mujer, su pareja y la beba de seis meses habían quedado varados y no querían dejar su casa por temor a robos. En esa ocasión, armó un cabo de vida con el tramo de una manguera, se lo colocó en la cintura y lo sostuvo un compañero. Cruzó el puente flotante que habían improvisado con troncos y fue sacando a las víctimas una por una, bajo una lluvia torrencial. O también la vez que sacó a un perrito de un desagüe cloacal de Villa Elvira que desembocaba en el Río de la Plata.
—Era la ventilación de una cloaca en 90 esquina 6. Llamaron porque escuchaban el llanto de un cachorro y no se sabía de dónde venía. La tapa de ventilación no estaba y eran como 25, 30 metros, un pulmón y salida al río. La escalera quedó anclada a un palo de luz y yo también a un clavo de vida. Cuando llegué al pulmón, giré, quedé boca abajo para extraer al perro porque no llegaba. Giré y volví a subir. Hice apnea, controlé la respiración para no aspirar todos los gases y no morir envenenado –cuenta con total naturalidad. Asegura que luego solo se dio un buen baño.
DE SAN CLEMENTE A LA PLATA
Miguel Juárez Balda hizo un camino similar al de Coronel. Comenzó en la parte administrativa de la Superintendencia de Seguridad Siniestral y en 2012 lo enviaron al cuartel de bomberos de Los Hornos. Ante la necesidad de personal, lo destinaron a Melchor Romero. Tiene 33 años y es el único del grupo que cumple guardias de 48 horas de corrido, con cuatro jornadas de descanso: vive en San Clemente del Tuyú y se toma el Platabus o el Plusmar para llegar a La Plata cada vez que le toca cumplir servicio.
De semanas enteras sin alertas a otras en las que pasan de intervención en intervención. Como Penélope que aguarda la llegada de Ulises, los bomberos esperan aunque sea una salida, capacitación o la visita a una escuela o jardín de infantes.
—No me voy a olvidar nunca, fue en Los Hornos. Vinieron al cuartel con una criatura de un mes en situación de ahogamiento con leche. Le hice reanimación cardiopulmonar (RCP) con dos dedos. No sé por cuánto tiempo, fue como entrar en un túnel, solo me acuerdo de un par de miradas y escuchar nada más que el latir de uno. Como un efecto embudo en que se centra en la respiración. Luego los gritos de alegría por el desenlace esperado. Entre las cosas feas que uno tiene que ver, hay cosas lindas. Eso hace el equilibrio –detalla Miguel, mientras enseña la Halligan, la maza, la tijera que corta candados y un rastrillo, entre otras herramientas que guardan en la autobomba.
Pasaron cuatro años de ese episodio, pero mantiene el vínculo con la familia y se le ponen los ojos brillosos cuando manifiesta el orgullo que siente cuando la nena lo reconoce y llama por su nombre.
—Si ves un adulto, uno tiene determinado margen para actuar, pero cuando viene una criatura, que le pasan cosas y no lo saben expresar, es fuerte –afirma-. Te pega más.
LO EXTREMO
Mario Deluchi pisó por primera vez un cuartel a fines de los ’80, con una experiencia que lo marcó de entrada: el hallazgo de un feto en una zanja en 140 y 524. Luego estuvo una década como chofer de los directores de Bomberos, en el cuartel de aeronáutica en 7 y 610, hasta que lo derivaron a Romero. Según cuenta, Coronel lo buscó por todos lados. Es quien maneja el camión y hace las veces de cocinero: las mejores minutas de la sede de 169.
Como Marcelo y Miguel, dice que lo que más le cuesta ver son situaciones en las que hay chicos involucrados. El recuerdo de la familia es permanente, el pensar que le podría haber pasado a uno de los suyos. Y a Mario le tocó de cerca hace tres años.
—Estaba en mi casa y vienen corriendo a decir que hubo un accidente en 137 y 34. Era mi hijo. Iba en moto y un taxi le dobló en u. Me acerqué con mi señora, estaba una compañera y le dije que se la llevara porque parecía que estaba muerto. Escuché algo y me di cuenta de que se estaba ahogando con la sangre. Al policía que había le dije que era el papá, que era bombero y que me hacía responsable, así que lo moví un poquito y largó todo. Lo subieron a la tabla y lo llevaron —rememora y hace un silencio largo.
El joven estuvo internado un mes internado en el Hospital San Roque de Gonnet, donde superó una cirugía de más de seis horas. Quedó con secuelas en uno de sus brazos. Habla de la importancia de ser frío hasta en esos momentos para “no abatatarse” y confiesa que nunca le gustó que sus hijos tuviesen moto, hasta la culpa que sintió el día que llegó el chico con el vehículo y le dijo: “Ahora a esperar a que me llamen”.
—Tenés los que te quieren pegar porque llegaste tarde. Pero en general somos bien reconocidos. Es gratificante, somos queridos —remarca, con una enorme sonrisa.
Muchas veces en el cuartel se ven corriendo los hijos o nietos de los efectivos. Una carga para soportar los largos días sin actividad o los golpes fuertes. La gran familia de los bomberos de Romero llegó para quedarse.